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El Hotel de los Inmigrantes: Los primeros pasos de nuestros antepasados en el país

El complejo estaba conformado por diversos pabellones destinados al desembarco, colocación, administración, atención médica, servicios, alojamiento y traslado de los inmigrantes.

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El conjunto de edificios se comenzó a construir en el año 1906, por la empresa Udina y Mosca, según proyecto del Ministerio de Obras Públicas.

La construcción se llevó a cabo siguiendo el orden que la necesidad demandaba. En primer lugar el desembarcadero, luego la oficina de trabajo, la dirección, el hospital, y por último el hotel.

Mientras se llevaban a cabo las obras, los inmigrantes comían y dormían en lo que había sido el panorama de Retiro, conocido como la «Rotonda», a pocas cuadras de la nueva edificación

De esta forma, los inmigrantes, una vez desembarcados, se iban caminando hasta allí, donde eran alojados.

En 1888 comenzó a funcionar el conocido Hotel de Inmigrantes llamado «Rotonda» por su planta casi circular (en realidad, era un polígono de dieciséis lados). El edificio fue obra del ingeniero civil de origen escandinavo Hjalmar Fredrik Stavelius.

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Concebido como provisorio desde un principio, el edificio se usó durante más de 20 años; sobrevivió un fuerte temporal, que requirió se elevaran sus muros de contención para proteger al Hotel del oleaje.

Debido al ritmo acelerado de la corriente inmigratoria, se planteó la necesidad de ampliar el edificio, incluso antes de finalizar las obras y su primer año de uso. En julio de 1911 el edificio fue desactivado definitivamente, y luego demolido para construir la actual Estación Retiro del actual Ferrocarril General Mitre.

El nuevo hospedaje

El hotel se empezó a construir en 1906 hasta 1911, cuando se inauguró (durante la presidencia de Roque S. Peña). Al ser una construcción totalmente de hormigón se lo consideraba de vanguardia para la época.

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Había cuatro dormitorios por piso, con una capacidad para doscientas cincuenta personas cada uno, lo que significa que en el hotel podían dormir tres mil personas.

A los inmigrantes los despertaban las celadoras, muy temprano. El desayuno consistía en café con leche, mate cocido y pan horneado en la panadería del hotel.

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Durante la mañana, las mujeres se dedicaban a los quehaceres domésticos, como el lavado de la ropa en los lavaderos, o el cuidado de los niños, mientras los hombres gestionaban su colocación en la oficina de trabajo.

Se habían dispuesto turnos de almuerzo de hasta mil personas cada uno. Al toque de una campana, los inmigrantes se agrupaban en la entrada del comedor, donde un cocinero les repartía las vituallas. Luego ellos se instalaban a lo largo de las mesas a esperar su almuerzo. Este consistía, generalmente, en un plato de sopa abundante, y guiso con carne, puchero, pastas, arroz o estofado.

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A las tres de la tarde a los niños se les daba la merienda. A partir de las seis comenzaban los turnos para la cena, y desde las siete quedaban abiertos los dormitorios.

Cuando ellos llegaban al hotel, se les entregaba un número que les servía para entrar y salir libremente, y conocer de a poco la ciudad.

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El alojamiento, gratuito, era por cinco días, por «Reglamento», pero generalmente se extendía por caso de enfermedad o de no haber conseguido un empleo.

El hotel dejó de funcionar en 1953 y en 1995 fue declarado Monumento Histórico Nacional. En la actualidad este predio pertenece a la Dirección Nacional de Migraciones y el antiguo Hotel de Inmigrantes fue convertido en el Museo de la Inmigración.

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