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Sanfrancisqueños por el mundo: Hoy, Germán Vighi

Germán tiene 28 años, es ingeniero agrónomo y poco a poco comenzó a viajar por el mundo, hasta que en enero de este año se estableció en Torino, Italia, para complementar sus dos deseos: experimentar el desafío de vivir lejos de su país de origen, y continuar capacitándose en su profesión.

Su primera experiencia fuera de Argentina, más allá de las vacaciones familiares, fue en el 2006, cuando aún era estudiante de la Escuela de Campo IPEM 222. En ese entonces, desde la institución se realizaban intercambios con una escuela de formación agraria de Pinerolo, en Italia, ciudad hermanada con San Francisco. “Lamentablemente ese fue el último año que se realizó el intercambio, fuimos afortunados. El viaje fue sensacional, si bien fue corto y tenía fecha de regreso me sirvió para entender que había otras realidades y también para descubrir que viajar y tener nuevas experiencias me gustaba, y mucho”, relata.

 

Después de ese viaje, se animó a pasar un mes en Bolivia y Perú con uno de sus mejores amigos, y para su regreso tenía muy claro lo que quería para su futuro. “Mi objetivo era graduarme e irme a vivir a un país al exterior, pero no cualquiera, quería vivir en un país que tenga una sociedad y una cultura totalmente distinta”, explica. Y se mantuvo firme en sus deseos; una vez que obtuvo su título, se puso en contacto con uno de sus profesores, Javier, que acababa de regresar de Nueva Zelanda, y que además tenía un primo que habitaba y manejaba un tambo desde hacía diez años en ese país. Esta persona fue quien le ofreció la oportunidad de trabajar con él en Ashburton y Germán asegura que, más allá de la incertidumbre, no vaciló en aceptar la propuesta y comenzó a tramitar la visa que le permitiría trabajar, hasta que un domingo de julio del 2014 llegó el momento de partir, y recuerda: “Fue un momento cargado de emociones de todos los tipos y formas, pero después de un mes la mayoría de los miedos e incertidumbres se disiparon. Me encontraba en Nueva Zelanda dispuesto a insertarme en la sociedad y vivir como un ‘kiwi’ más. Así fue que entendí la diferencia entre viajar como turista y vivir realmente en un país en el cual no te criaste ni creciste. Hacía trámites, pagaba cuentas y vivía la vida como uno más, pero uno más que había nacido en otro lugar y tenía entre otras cosas una carga cultural propia después vivir 24 años en su país”, agrega.

 

Trabajando en el tambo en Ashburton, Nueva Zelanda.
Trabajando en el tambo en Ashburton, Nueva Zelanda.

 

Además de trabajar en el campo, formó un grupo de amigos con quienes aprendió, entre otras cosas, a hacer paracaidismo, actividad que realizaba con frecuencia. Dentro de este grupo conoció a Sophie, una antropóloga que estaba haciendo un proyecto llamado “Crossing the bridge”  sobre la inmigración y la adaptación en la sociedad de Nueva Zelanda, y tuvo el placer de participar en él. “Consistía en una entrevista filmada a unos trece participantes de todos los rincones del mundo donde hablábamos sobre los diversos aspectos de la migración, la discriminación, la inserción en la sociedad. Además nos entregaron una cámara de fotos descartable, con el objetivo de poder expresar momentos y pensamientos a través de nuestros ojos y con la ayuda de la fotografía. Por último, nos pedían un retrato nuestro”, explica. De estas entrevistas se realizó un documental, que se expuso junto a las fotografías en una muestra abierta en la plaza principal de Ashburton, donde se invitaba a la gente a participar y a hablar con los propios protagonistas sobre sus experiencias. “Un condimento especial fue que además de juntarnos a hablar sobre el proyecto, una vez por semana hacíamos una cena a la canasta, donde cada uno cocinaba un plato típico de su país, en estas juntadas las empanadas siempre fueron un éxito rotundo”, completa.

 

Con su amiga antropóloga Sophie.
Con su amiga antropóloga Sophie, creadora del proyecto «Crossing the Bridge».

 

Germán tuvo la posibilidad de recibir la visita de toda su familia para pasar año nuevo y además aprovecharon para recorrer Nueva Zelanda y Australia todos juntos. “Fue una experiencia única y un placer haber podido compartir ese viaje con mi familia, porque más allá de las largas conversaciones vía Skype, que ellos puedan experimentar lo que yo vivía ahí fue increíble”, comenta.

 

Con sus hermanos y sus padres, recorriendo Australia.
Con sus hermanos y sus padres, recorriendo Australia.

 

Derrumbando mitos por el sudeste asiático.
Después de dos años en Nueva Zelanda, Germán puso en marcha un nuevo plan. Se propuso conocer el sudeste asiático, pero esta vez como turista, marcando sus propios destinos en el mapa. “La finalidad era seguir eliminando barreras, prejuicios, descubrir y descubrirme”, añade. Así fue como a fines de junio 2016 viajó a Singapur, para luego recorrer Malasia, India, Tailandia, Laos, Cambodia y Vietnam. “Durante ese viaje conocí gente de todo el mundo, desde Bután y Nueva Caledonia, hasta Alaska y Martinica. Compartí momentos de mi viaje con personas de todas las nacionalidades. Viajaba sin viajar y cada vez entendía menos, me di cuenta que no sé nada y descubrí que quizás ese sea uno de los principales motores que me empuja a vivir afuera, a viajar y conocer, a derrumbar mitos y crecer como persona”, cuenta.

 

En Koh Lanta, Tailandia, con amigos chilenos, alemanes, estadounidenses e irlandeses que conoció en el viaje.
En Koh Lanta, Tailandia, con amigos chilenos, alemanes, estadounidenses e irlandeses que conoció en el viaje.

 

Después de esta travesía, volvió a San Francisco para pasar las fiestas de fin de año junto a su familia, pero en enero armó sus valijas nuevamente para retornar a Italia, el país donde se originó su deseo de viajar allá por el 2006. Primero estuvo en Siena, donde se dedicó a aprender el idioma y actualmente vive y estudia en Torino, ciudad ubicada en el norte de Italia y capital de la región de Piemonte. Hace dos meses comenzó un máster en biotecnología vegetal en la Universidad de Torino, que durará dos años.
En el tiempo que trascurrió entre su llegada a Siena y su mudanza a Torino, estuvo trabajando como voluntario en una organización que se llama WWOOF , donde diversas empresas del sector agrícola emplean a personas y les ofrecen comida y alojamiento como forma de pago. “Yo estuve solamente en dos explotaciones, la primera durante un mes en las afueras de Roma y la segunda durante cinco meses cerca de Cuneo, en la región de Piemonte. Esta última empresa era de agroturismo, una forma de alojamiento donde se produce comida que luego es utilizada para la misma gente que se aloja y para el restaurante del lugar. Además en el tiempo libre estuve estudiando mucho para el examen de admisión y, con la gran ayuda de mis padres, haciendo interminables gestiones y recolectando documentos para poder acceder a la universidad”, describe.

 

Desde el momento en que una persona decide marcharse de su país, la vida se va convirtiendo en un vaivén de emociones, la rutina se borra del vocabulario, lo inesperado cambia las perspectivas y las formas de ver y sentir, y el aprendizaje puede ser infinito. “Viajar y vivir afuera es como asistir a una universidad que no existe y leer miles de libros que no fueron escritos. Una de las cosas que aprendí es que cualquier lugar puede ser tu casa, mientras te sientas bien con vos mismo”, reflexiona.

 

Cuenta que su mamá solía pensar que él estaba escapando de algo al elegir ese modo de vida, pero cuando pudo ver con sus propios ojos cómo vivía Germán y lo feliz que era de esa manera, charlas y discusiones mediante, pudo entenderlo y aceptarlo. “Pienso que de alguna manera siempre tuvo razón, y descubrí que efectivamente escapaba de mí mismo, creo que todos escapamos de algo y existen muchas vías. Lo bueno de elegir el viaje como vía de escape es que cuando viajás aprendés a quererte y aceptarte como sos, y que muchas de las cosas que damos por sentado, son condicionamientos culturales; no viajar es un error gigante, porque al no conocer otras realidades nos acostumbramos a cosas que son horribles para la sociedad, desde vivir encerrados y con alarmas hasta tener que hacer cola por todo y perder tiempo que podría ser usado en un fin más bello, como estudiar, hacer un hobby, o participar en voluntariados. El habituarse en ese sentido y no preguntarse o plantearse ciertas cosas, es terrible”, añade.

Pero no todo es malo cuando piensa en su país, y en su ciudad. Entre las cosas que rescata de nuestra sociedad es el valor que le damos a la amistad y asegura: “Lo confirmé al reencontrarme con mis amigos y no notar el paso del tiempo, como si nos hubiésemos visto el día anterior, esa frescura en los encuentros y la esencia intacta de un grupo de amigos es increíble, y es una de las cosas que siempre agradezco”.

 

De visita por San Francisco, Junto a sus amigos.
Visitando a su grupo de amigos en San Francisco

 

Antes de irse, Germán hizo un pacto con sus padres en el que acordaban hacer todo lo posible para verse, al menos, dos veces al año, y hasta el momento lo cumplen al pie de la letra. Lo que más extraña es el contacto físico y algunos rituales con su familia y amigos, los asados y las clásicas juntadas, algo que no es muy habitual donde vive, o al menos no con la misma frecuencia. Pero Germán tiene muy claro lo que quiere. “Una de las primeras personas que conocí en Nueva Zelanda me ayudó mucho a pasar esas primeras semanas. Era un argentino, con el que me crucé de casualidad y en una charla le dije que por momentos me gustaría tele-transportarme y estar en San Francisco, entonces él me dijo que cuando le pasaba lo mismo, hacía el ejercicio de preguntarse qué estaría haciendo si estuviera en su ciudad. Y la verdad es que me ayudó mucho, porque yo sabía que en San Francisco no tenía nada que hacer”, sentencia.

 

A pesar de sentirse a gusto cada vez que viaja de visitas, la idea de retornar su ciudad no es una posibilidad que se plantee por el momento, ya que una vez finalizados sus estudios su idea es dedicarse a la investigación, y la ciudad no le ofrece una perspectiva de crecimiento profesional. Además, asegura que cuando vuelve, siente que ya no pertenece a ese lugar en el que vivió tanto tiempo. “A veces pienso que la sociedad de San Francisco es muy prejuiciosa, que miran mucho la paja en el ojo ajeno. Lamentablemente creo que también es una sociedad que demográficamente cada vez es más anciana, ya que los jóvenes huyen a otros lugares en busca de oportunidades”, señala.

 

Aunque reconoce que no todo es perfecto viviendo en otro país, asegura que es un proceso de crecimiento personal inigualable. A quienes tienen ganas de seguir sus pasos, les recomienda que lo hagan sin pensar demasiado. “Al fin y al cabo miedo tenemos todos, la incertidumbre es algo que siempre estará ahí. Lo peor que puede pasar es que no te guste y te pegues la vuelta, y así y todo habrás ganado, y lo mejor que te puede pasar, es que te guste y empieces ver las cosas desde otra perspectiva”, concluye.
Por Julieta Balari.-

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