Policiales

Difícil consensuar mientras estén Cristina Kirchner y Mauricio Macri en el centro de la escena

En la década de 1850, en los Estados Unidos, un conflicto empezó a dividir a la sociedad. En los estados del norte, crecía el movimiento por la abolición de la esclavitud; los del sur, mientras tanto, seguían reclamando su derecho a tener esclavos y se negaban a la intervención del gobierno federal.

La división fue ampliándose a lo largo de la década, hasta que en 1860 Abraham Lincoln, que había decidido hacer campaña solo en los estados del norte, ganó la presidencia.

Este fue el disparador final para que los del sur declararan su independencia, y esto, a su vez, concluyó en una Guerra Civil que terminó con cerca de un millón de muertos -la más letal que se vio en el continente americano.

El conflicto, en cualquier sociedad moderna, es inevitable. Hay conflictos en las familias, en los ámbitos de trabajo, en los recreativos con muchísima exposición en la política. Prácticamente, siempre que dos personas coexisten en un mismo ámbito, habrá intereses distintos (de tipo material, ideológico, ético, o el que fuera) y esto producirá el conflicto.

Pero si este no puede evitarse, lo que sí puede evitarse es la violencia. En este punto es donde entra la política, a la que podemos entender como la manera de gestionar los conflictos en una sociedad compleja. Por supuesto, la política puede tomar muchas formas, desde un estado autoritario donde una sola persona o un grupo determine la manera de resolver el conflicto, hasta una democracia en la que, se entiende, trata de buscarse el consenso en la medida de lo posible.

Participar de la democracia es hacer un voto de fe y suponer que hasta los intereses irreconciliables pueden reconciliarse en algún momento. Resolver los conflictos de manera saludable, pacífica y creativa, es de hecho un enorme aprendizaje y puede construir solidez y bienestar institucional.

Con todo esto, lo que no debería hacer nunca la política es fomentar los conflictos(aunque algunas formas de gobierno dependen del conflicto). Es decir, no puede pasar lo que está pasando desde hace más de una década en la política Argentina.

El año 2008 y el conflicto entre el gobierno de Cristina Kirchner y el campo es el punto de quiebre al que tenemos que mirar. No es que en ese entonces el kirchnerismo haya hecho mal en confrontar. Lo malo fue que convirtió la escalada y la división social en la lógica para resolver el conflicto.

Se estimuló el fanatismo, creyendo poseer la verdad, que no admite ser cuestionada por nadie, mente cerrada, despreciando lo diferente, poco razonamiento, lo que piensa se convierte en dogma de fe, irracionalidad y obsesión. Por supuesto, no se resolvió nada.

La grieta fue desde ese momento la constante en la manera de hacer política. Macri llegó al poder sin dudas gracias a ella, porque reunió un voto antikirchnerista que excedía sus propias posibilidades como candidato. Mal asesorado, creyendo que era la manera de ganar también la elección de 2019, hizo muy poco por cerrar la grieta, y prefirió en muchos casos agrandarla.

Pero los del otro lado concretaron su brillante estrategia Cristina se pone en segundo lugar y el moderado Alberto Fernandez hacen su propia estrategia y le ganaron también. El gobierno de Alberto Fernández prometía traer unidad, no solo al interior de un peronismo caótico, sino también a la sociedad argentina.

El comienzo de la pandemia, a principios de marzo, parecía la oportunidad dorada para crear una nueva narrativa presidencial. Los argentinos ya no íbamos a estar unos contra otros, sino que nos íbamos a unir todos en contra de un enemigo externo, invisible, el coronavirus. Y la narrativa funcionó bien por un corto tiempo, disparando la imagen de Alberto a la estratósfera. Después, pasaron cosas.

La economía empezó a sufrir a causa de la cuarentena y aislamiento, y otro tanto pasó con la psiquis de los argentinos. Para peor, los contagios nunca se detuvieron. Una nueva grieta se abrió sobre la anterior, entre aquellos que defendían la postura del gobierno y los que pedían el fin del aislamiento.

Y Alberto Fernández, en lugar de apuntar a cerrarla, decidió jugar el mismo juego de siempre: fomentar el conflicto social para obtener un rédito político. Se enamoró de la cuarentena. Lo que me pregunto, y lo que nos preguntamos muchos argentinos, es hasta dónde puede tensarse esa cuerda antes de que se rompa.

El contexto no es el mismo que hace diez años. Estamos a niveles de pobreza nunca vistos, la producción está parada, la desocupación crece día a día. Por todo esto, también aumenta el conflicto social y la violencia en las calles. ¿De verdad queremos agudizar este conflicto aún más? Quien se lo proponga tiene que tener cuidado, porque si enciende la mecha puede que no logre frenar la explosión.

Todos hablan de consenso, y creo que sería la palabra más deseada por los argentinos, pero ¿podemos sentarnos con voluntad de diálogo y seriamente en una misma mesa que esté Mauricio Macri y Cristina Kirchner, los símbolos de la grieta y soberbia absurda?.

Si miramos hacia el pasado, las conflictividades sociales no empezaron de un día para el otro, sino que fueron resultado de largos procesos de conflicto, hasta que un día una gota rebalsó el vaso. Nadie se lo esperaba, nadie lo quería realmente. Y quizás el conflicto final podría haberse evitado si se detenía la escalada a tiempo.

En Argentina, cada vez más, vemos el estallido y el enfrentamiento social como algo no solo posible, sino probable. Una espiral que nos arrastre a una violencia que no podemos prever. Hoy necesitamos desesperadamente un país que genere consenso.

Pero eso no es posible mientras quienes fomentaron la grieta sigan estando en el centro de la política argentina.

«A lo largo de la historia, las economías que han florecido son aquellas en las que los acuerdos se sellan con un apretón de manos. Sin confianza, los tratos de negocios basados en el consenso de que los detalles más complicados se aclararán más tarde dejan de ser posibles. Sin confianza, cada participante mira a su alrededor para ver cómo y cuándo van a traicionarle sus interlocutores.» — Joseph E. Stiglitz.

Nota publicada también en: Perfil.com

(*) Consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Es docente universitario en UCA y USAL. Columnista de Diario San Francisco, Perfil.com y FM Milenieum, entre otros medios del país y del mundo.

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Eduardo Reina

Consultor especializado en Comunicación Institucional y Politica, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político. Universidad del Salvador, USAL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Actual Presidente Tres Cuartos Comunicación y es Docente Universitario. Anteriormente fue Vicepresidente de Estudio de Comunicacion, multinacional española que figura entre las 10 empresas del ranking de Merger Market de empresas Europeas. www.eduardoreina.com