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Sergio Buenanueva: «El Espíritu no está en cuarentena»

La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina le ha hecho llegar al Presidente de la Nación, a través del Secretario de Culto, la inquietud de las comunidades católicas por una eventual y progresiva reapertura de los lugares de culto.

Obviamente, la decisión corresponde a la autoridad secular que tiene como responsabilidad primaria velar por el orden público y el bien común especialmente en esta emergencia.

Si estamos entrando en la fase crítica del contagio es de prever que, en lo inmediato, no podamos volver a las celebraciones comunitarias. Es comprensible que prosiga la limitación como hasta ahora. Aunque difícil y doloroso, los católicos, en general, lo comprendemos y lo aceptamos como parte de nuestra respuesta de fe a Dios en esta hora.

La Conferencia Episcopal ha hecho bien en poner este tema en agenda, no solo pensando en la comunidad católica sino también en el ejercicio de la libertad religiosa de todos los ciudadanos.

El Gobierno es el que ordena el aislamiento social, preventivo y obligatorio, pero somos los ciudadanos los que tenemos que llevarlo adelante como un ejercicio de corresponsabilidad en el bien común.

Nos corresponde a los ciudadanos católicos ir pensando cómo vamos a retomar nuestra vida pastoral, no solo la litúrgica, sino también las otras dimensiones de la evangelización: anuncio, caridad, servicio, etc.

En cada comunidad cristiana debe darse este discernimiento y, en el momento oportuno, también hacérselo saber a nuestras autoridades públicas.

En nuestra diócesis ya lo estamos haciendo. Las parroquias, los equipos diocesanos y otros espacios pastorales, superados los primeros momentos de un cierto desconcierto, están retomando el trabajo comunitario, aprovechando las nuevas tecnologías y otros recursos.

Creo que, de a poco, tendremos que acelerar en este rumbo: no solo cuándo retomaremos nuestra vida pastoral ordinaria, sino cómo lo haremos, con qué actitudes, cuáles serán nuestras prioridades. Estamos haciendo fuertes aprendizajes que, no en última instancia, lo tienen al Espíritu como Maestro y Educador.

Llegados a este punto, me parece importante señalar con claridad que la vida cristiana no se ha interrumpido. Esto es así, porque el Evangelio, con la fuerza y el impulso del Espíritu, sigue adelante con su curso por la vida y la historia. Lo que leemos por estos días en los Hechos de los Apóstoles -la Palabra no se queda quieta- lo estamos experimentando también nosotros.

Si se cierran puertas se abren ventanas. El Espíritu -como nos dice Jesús- es como el viento. Es capaz de colarse por las rendijas más chiquitas.

Nos toca seguir siendo dóciles y dejarnos conducir por el Espíritu.