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Sanfrancisqueños por el mundo… Hoy Roberto Dotti

DFS sale en búsqueda de aquellos oriundos de nuestra ciudad que por diversas cuestiones han emigrado a otras latitudes y han desarrollado su vida personal, familiar y profesional sin olvidar sus orígenes y con el recuerdo permanente de su San Francisco natal.

Roberto Dotti hoy tiene 52 años y desde 1995 reside en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Conoció a su mujer, Claudia Elder, mientras estudiaba en Córdoba y decidieron casarse y comenzar a vivir en el vecino país. Junto a ella tuvieron cuatro hijos.

Sus infancia y juventud en San Francisco fue marcada por distintas etapas, fundamentalmente por su paso como alumno de la Escuela José Bernardo Iturraspe en la primaria y el Colegio San Martín, turno tarde, en su secundaria. Roberto se refiere a su infancia en nuestra ciudad «tanto en primaria como secundaria fueron años de buena formación, muy clásica, conservadora, con algunas excepciones, por suerte, de maestros y profesores muy interesantes». Además agrega, «aprendí más de los que rompían los moldes. Por suerte tuve varios en primaria y secundaria. Lo bueno fueron siempre los compañeros de estudio, grandes personas y amigos que conservo en la memoria y en mi corazón».

Al finalizar el ciclo básico decidió irse a estudiar a Córdoba Licenciatura en Comunicación Social. Corría el año 1987 cuando se acomodó en la capital cordobesa para su ciclo universitario y su estadía fue hasta hasta 1995 donde tomaron la decisión con Claudia de contraer matrimonio y trasladarse hacia Santa Cruz de la Sierra, Bolivia donde reside actualmente.

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Recuerdos de la infancia

Siempre se le vienen recuerdos a su mente sobre sus años en San Francisco. Muchas anécdotas y en distintas etapas. Enumera algunas que rememora, «jugar al fútbol hasta que nos quedáramos sin luz natural en la Plaza Cívica o en la Vélez Sársfield, hasta las tocatas con amigos con Engranaje, las peñas de AMAC, el Coro Polifónico, el Sport Automovil Club, los viajes a las Sierras de Córdoba con mis amigos de juventud, muchas amistades entrañables».

Actualmente trabaja en el diario El Deber, periódico de mayor tiraje en Bolivia. «Soy editor de mesa de redacción y además estoy actualmente a cargo de la página web». Además tiene una pequeña productora con su mujer (ella es fotógrafa y editora) donde desarrollan actividades audiovisuales. «Hemos hechos varios documentales y cortometrajes que ya han dado vueltas por varios países». Están con varios proyectos y desarrollando nuevas propuestas. «No nos aburrimos, el tiempo es muy veloz y hay que dejar huella, además de buenos hijos».

Sus raíces en la ciudad

Lo que más extraña es a sus viejos. Roberto nos cuenta «por suerte tuve padres ejemplares que me enseñaron tanto que hasta hoy sigo aprendiendo a través del tiempo. No sólo conceptos o consejos de vida, sino con el ejemplo y con sus maravillosas anécdotas. Uno, a la distancia, los resignifica y los valora de otra manera».

Añade, «cuando uno se va no es consciente de lo que deja. Uno busca un futuro, mira para adelante, las energías están puestas en otros lados. Se extraña lo que se pierde, pero también sé que no se vuelve. Regresas y ni vos ni los demás somos los mismos. Los afectos están, pero hay que alimentarlos permanentemente. Es extraño cómo funcionan las cosas. Vivimos de sensaciones y muchas veces encontradas. Como dice el poeta -No esperes mañana lo que no te dio ayer-«. Todo está en movimiento, la ciudad y su gente.

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Roberto junto a Claudia en el rodaje del documental Gladys Moreno, la voz del alma

Lo más duro de abandonar tu ciudad de origen según el Licenciado en Comunicación Social es dejar el estado de confort, las costumbres, los amigos, la gente que te hace bien, los tuyos. «Pero salirse de las zonas de confort es muy necesario para crecer».

Cada tanto regresa a visitar a sus familiares. «Voy a San Francisco a ver a mi madre, a mi familia, todos los años. No por mucho tiempo, pero vuelvo y siempre lo encuentro distinto. Algunas cosas se mantienen intactas, como todo. Pero el cariño y la mirada de los mayores me las llevo en el bolsillo para suspirar cuando viajo de regreso».

En sus visitas encuentra a la ciudad con un poco más de movimiento. Conservando las veredas anchas, las siestas eternas y el silencio calmo de sus noches. También con más edificios, más motos y arboledas entrañables. «Sigue siendo una ciudad tranquila». La gente se ocupa mucho de la comida, no hay hambre. «En la medida que se reconozcan esos beneficios y se dejen la ambición por el dinero, el querer tener más y se ocupe en el desarrollo humano la ciudad crecerá mejor y en forma más inteligente».

«Siempre me dio curiosidad por qué una ciudad tan sana no crecía en población, no en la medida que lo hacen otras ciudades intermedias. Hay razones importantes para conocer las causas y buscar soluciones, porque la ciudad tiene todas las condiciones para ser más grande en todo sentido«.

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