Sanfrancisqueños por el Mundo

Sanfrancisqueños por el mundo: Hoy, Luciana Nicolini.

El paso del tiempo le hizo ver a Luciana que su  viaje en realidad no empezó cuando tomó la decisión de dejar su país, sino antes.  Después de ser diagnosticada de lupus, una compleja enfermedad auto-inmune que la dejó paralizada en una cama e imposibilitada de trabajar, y que además requirió que retornara al hogar de sus padres para que cuidaran de ella, logró sanarse desde la raíz con mucho trabajo interior y voluntad, y hoy vive un presente que la encuentra sana y complementando sus dos pasiones, la actuación y la biodecodificación, al otro lado del océano, en Barcelona.

 

“La motivación fue la que me llevó a irme con un propósito claro, no fue nada planeado, más bien una oportunidad que se me presentó, que nunca creí que fuera posible. La vida me sorprendió en julio del 2016, cuando me llega un e-mail avisándome que me concedían una de las cinco becas que se daban en América Latina en una escuela de arte dramático y expresión corporal, una escuela laboratorio de teatro cuyo trabajo había conocido en un festival en Capilla del Monte en enero del 2016; en ese momento estaba transitando una enfermedad que se llama lupus. Ese período de mi vida fue el más duro y a la vez el más revelador de mi vida, porque gracias a esa enfermedad pude aferrarme a la vida y comprender lo que le pasaba a mi cuerpo, por qué se enfermó de tal manera. Ahí comenzó mi viaje, cuando me diagnosticaron lupus”, relata.

 

 

Cuenta que, antes de ser diagnosticada, estaba atravesando una serie de crisis existenciales, y no se sentía cómoda con el lugar donde estaba viviendo. “Me sentía muy vacía, no encajaba con nada pero no estaba haciendo nada por buscar eso que me gustaba. A raíz de la enfermedad tuve que volver a la casa de mis padres para que me cuidaran, la vida se había derrumbado cien por ciento y si bien los dos primeros meses fueron muy caóticos, comencé a escucharme y conocerme y me di cuenta por primera vez que de verdad respiraba, y de cómo esa respiración calmaba ese dolor que de repente hacía que tuviera ganas de morir. Ahí realmente, en la cama, en el silencio y la inmovilidad aprendí a escucharme, y a preguntarme qué era para mí la vida, y me di cuenta de que estaba muy lejos de vivirla como quería”, completa.

 

 

Así fue como Luciana se replanteó todo de nuevo, se vio empezando de cero otra vez y, tal como ella explica, se tomó la enfermedad como una “destrucción transformadora” que le daba la chance de empezar con la vida que de verdad deseaba. “Me di cuenta de cuánto hacía por los demás, para gustar a los demás, para seguir los mandatos con los que había sido educada, y que nada tenían que ver con lo que mi alma anhelaba, que era volar, conocer otros mundos, otras historias, mirar otros ojos, otros colores. La enfermedad  es la gran oportunidad para nacer. Si estás realmente comprometido con vos mismo a través de ella podés conocer la gran fuerza de sanación que habita en vos. En definitiva, la enfermedad viene a decirte que hay cosas que transformar en tu vida y eso solo depende de vos”, sentencia.

 

 

De a poco, y a pesar de la incertidumbre que le provocaba el empezar a re-descubrirse, comenzó con la recuperación de su cuerpo “para poder volar”, trabajando no sólo su parte física con el acompañamiento de sus médicos, sino también con la parte emocional paralelamente. Llegaron a ella diferentes técnicas; una de ellas fue la biodescodificación, una propuesta de la medicina alternativa que intenta encontrar el significado emocional de las enfermedades para tratarlas. “Empecé a trabajarla en mí para descubrir la raíz emocional que detonaba ese presente, los patrones y carencias que estaba viviendo, y así fue como me formé en biodescodificacion y empecé a sanar esta enfermedad. Hoy estoy sana y sin tomar ninguna medicación, lo digo porque llegué a tomar muchas pastillas por día para estar de pie”, señala.

 

 

Así asumió un compromiso verdadero de escucha con lo que quería de verdad, y fue en ese festival al que asistió en Capilla del Monte, donde conoció a la directora de la escuela donde estudia en Barcelona, Jessica Walker, que se convenció de lo que realmente quería. “Recién caminaba y hacía pileta, estaba recuperando los movimientos de mi cuerpo poco a poco, no tenía dinero porque no podía trabajar. A partir de ese momento nunca más pude olvidar esta escuela, y seguí conectada mirando sus videos por internet. Un día, en marzo del 2017 soñé que estaba haciendo un unipersonal ahí. Me desperté muy feliz, pero cuando me di cuenta de que estaba en mi habitación, en San Francisco, me largué a llorar. En medio de esa angustia voy a buscar un video de Jessica, para de alguna manera motivarme, y me entero de que daban cinco becas para América Latina. Me dio mucho pánico, hablé con una amiga que me convenció para que lo hiciera. Había que grabar un video donde contabas quién eras, por qué querías la beca, y por qué pensabas que tenían que dártela. Tres preguntas difíciles y a la vez sencillas. Agarré mi celular y grabé y comenté en poco más de 7 minutos quién era, y sin revisar demasiado lo envié. Y lo entregué a Dios, como ya había entregado muchas cosas con las que no podía, como mi enfermedad, confiando en que sería lo mejor para mí”, recuerda.

 

 

 

Pasaron dos meses desde su aplicación hasta que el 7 de julio del 2017, exactamente un año después de ser diagnosticada, abrió el correo electrónico que le informaba que era una de las beneficiadas de la beca, y necesitaban que confirmara si podía ir o no.  “La verdad es que mentalmente fue un crack emocional, me preguntaba cómo iba a hacer ahora que ya no era más un sueño, que era realidad. En el corazón sentí un impulso fuerte de ir, de estar ahí”, asegura.

 

Lo primero que hizo fue vender todo lo que tenía, y organizar una venta de pizzas para juntar dinero hasta que pudo comprarse los pasajes y ahorrar para mantenerse durante el año que duraría la beca. Y sin dudarlo mucho más, se lanzó. “Fue tan increíble, tantas personas me ayudaron que para mí fue una sorpresa muy grande, porque gracias a eso, yo puedo estar aquí”, completa.

 

 

Luciana se fue de San Francisco pensando que la beca sería por un año. Pero recientemente, debido a su gran compromiso con la escuela, se la renovaron por dos años más. “En este momento volver es un no, porque me hizo bien haber salido de la zona conocida, conocer un país nuevo, una cultura nueva. Cuando llegué sentí el amor y el abrazo de cada una de las personas que conocí, la verdad es que he formado amigos y familia desde el primer momento. Lo más revelador que puedo decir de mi experiencia y de Barcelona es que acá las cosas suceden de una manera que no tiene nada que ver con mi vieja estructura de vida, que implicaba trabajar, ahorrar, alquilar un departamento o compra una casa, y vivir con el dinero que generaba. Acá yo estoy descubriendo un mundo en donde el dinero no es lo principal, porque las oportunidades fluyen mucho más. Desde que llegué, nunca pagué un alquiler, siempre hubo alguien que me invitó a vivir a su casa, a cambio de compartir, de conocer, de estar. La solidaridad jugó un papel principal en este viaje y lo sigue haciendo. Lo que me ofrece haber salido al mundo es abrir mi creación, mi imaginario, mi perspectiva, y que no hay una manera de vivir la vida, sino tantas como seres humanos hay. Hasta el día de hoy me llama la atención lo relajada que estoy viviendo, vivo más suelta, más ligera, porque realmente aquí lo que hagas vale, y vale mucho. A nivel laboral, yo trabajo bajo dependencia diez días al mes y con eso puedo vivir tranquilamente, y muy bien, porque puedo hacer todo lo que quiero, y el resto de los días los utilizo para estudiar en la escuela, pero existe la posibilidad de que puedas acomodarte para poder con todo. Me abre la cabeza en cuanto al avance de mentalidad que yo percibo acá, con respecto a la mirada que tengo del otro, acá no hay juzgamiento de cómo hay que vestirse, no veo la necesidad de tratar de encajar en algún mundo. Me siento más ligera y abierta a la hora de caminar por la calle, siento mucha más aceptación en cuanto a cómo te vestís, a tus gustos musicales, no está esa mirada de ver qué está haciendo el otro; cada uno está encontrándose en su camino y se comparte de esa manera. Y claro que me sorprende la seguridad con la que transito por las noches en Barcelona, no vivo preocupada, tengo sensación de total seguridad y tranquilidad. Me sorprende cómo las cosas funcionan, de verdad, cosas simples, como el transporte público que funciona a la perfección. Es todo más fácil, tenés tiempo para trabajar pero también para disfrutar, para salir. El vivir en un lugar donde tenés playa y montaña tan accesible hace que tu día sea maravilloso. Estoy conociendo un mundo donde todo está al alcance de uno, y uno aprende a vivir relajado, se abren muchas oportunidades a las cuáles uno no se hubiera imaginado nunca poder acceder”.

 

A pesar de vivir su presente en plenitud, reconoce que la distancia se siente, por momentos de manera muy intensa. Siempre se extrañan a los afectos, a la familia. “Pero, como le digo a mi mamá, estamos aprendiendo a amarnos de una manera diferente, es un aprendizaje a nivel familiar esto de amarnos así a la distancia e incondicionalmente, tengo una familia que me apoya en cada decisión aunque a veces les sea difícil, pero hoy conocen un poco más a su hija y su hija está feliz entonces ellos van aceptando eso, pero claro que es diferente”, completa.

 

 

 

Su formación en Barcelona

Luciana empezó a incursionar en el teatro de la mano de la compañía de Adrián Vocos. Primero comenzó como un pasatiempo, para cortar con el aburrimiento y la rutina en la que se sentía sumergida, y pronto despertó pasiones que no sabía que estaban ahí. A los 31 años, su mundo terminó cruzándose con el arte sin saber que iba a provocar tantos cambios en su vida. No perdió oportunidad de aprender con grandes maestros como Nacha Guevara, Pepe Cibrián, y Lisandro Ferrer. Participó en obras de teatro en Carlos Paz, donde fue premiada como mejor actriz infantil, y también trabajó en la Ciudad de las Artes, en Córdoba. Aunque le provocaba mucha incertidumbre el pensar cómo iba a vivir del arte, siempre complementó el teatro con sus otras actividades que pagaban el alquiler y le daban de comer. Además, tenía su propio consultorio de biodescodificación, e iba creciendo de a poco en ese campo. Hoy, sabe que es eso a lo que quiere dedicarse.

“Y todo lo que fui transitando va de la mano con mi presente, porque en la escuela me estoy formando en la parte actoral, pero también abordamos el teatro desde el ser, desde conocerse a uno mismo como creador en primer lugar, ver qué puedo generar, qué vestuario, qué dramaturgia, cómo lo trabajo. Es un teatro nada convencional, es experimental; nos formamos en yoga ‘kundalini’ que es lo que nos permite mantener el centro, el estado, como actores, y sostenerlo durante la función. Nos entrenamos para estar presentes, sin la presencia nada es vivo. Esa es la premisa de la escuela, no quieren que lo hagas bien, quieren que lo hagas vivo, y eso es lo que me encanta de este lugar, se acompaña el proceso de cada uno, con los tiempos de cada uno. Es una escuela que te forma en medicina china, con la teoría del Tao, la energía ‘Hara’ para conocer tus ciclos anímicos y poder manejar tus emociones y eso no te desborde porque no es un teatro catártico. Nos forman en canto, danza, escritura creativa, nosotros somos los formadores de nuestro guión. La formación es de tres años con posibilidad de un cuarto, y vas pasando por distintas etapas. El primer año es introspección, no se hace nada al público, las muestras que hacemos tienen que ver con nuestra profundidad, con conocernos. El segundo año trabajamos para hacer un solo, donde vos creás tu propio vestuario y aquello de lo que hablás y la directora sólo dirige, pero a todo el material lo ponés vos. La metodología de la escuela tiene de base la meditación, comenzamos y cerramos meditando. Por eso nos entrenamos todo el tiempo, en definitiva el actor es un atleta emocional, un atleta del corazón”, concluye.