Policiales

El PASO camaleónico de los políticos argentinos

Las PASO cuestan 2 millones de pesos por minuto. Tal como se lee: según los datos difundidos por Adrián Pérez, secretario de Asuntos Políticos, las PASO representan un gasto total de 4000 millones de pesos.

En el día de los comicios, entonces, se gastan unos 116 millones por hora y 2 por minuto. En un país que no está para tirar manteca al techo, muchos se preguntan si semejante dineral no podría usarse en algo más productivo. Por supuesto, vale la pena invertir lo que haga falta en sostener un sistema democrático vital y eficiente.

El problema es que hay un engranaje de este sistema que no está funcionando nada bien. O más bien no tiene una función clara. El espíritu detrás de las PASO puede ser noble, pero en términos pragmáticos nunca pudimos ver para qué servían en términos del proceso democrático (el proceso político es otra historia).

La O al final de la sigla PASO indica, por ejemplo, que son obligatorias. Lo obligatorio es que los ciudadanos voten, y que los partidos se presenten. En cambio, en ningún lado consta la obligación de presentar más de un candidato. De esta manera, vamos hacia una elección en la que las principales fuerzas políticas ya tienen fórmulas definidas para casi todos los cargos.

Ahora que Scioli se bajó, la boleta Fernández-Fernández competirá sola en el espacio kirchnerista. Macri tampoco disputará su candidatura con otros aspirantes internos. En Alianza Federal quedaron apenas los dirigentes suficientes para armar una fórmula presidencial. Entonces ¿para qué se celebran las PASO? ¿Por qué no volver a un sistema de internas que corran a cargo de cada partido, como el que existió hasta el colapso institucional de 2001?

El ciclo electoral argentino es hoy un reflejo de la política argentina. Se parece, más que a un ejercicio democrático, a un proceso de reciclaje (“reciclar” significa “recolectar materiales de desperdicio y transformarlos en materiales que pueden ser utilizados o vendidos como nuevos productos”).

Un candidato ya gastado puede comenzar su campaña en enero y terminar en octubre convertido en un aspirante a la presidencia -o en un presidente- totalmente reciclado. En el presente, el reciclaje de candidatos y de estructuras es necesario para sobrevivir a la crisis de las estructuras partidarias.

Reaparecen los políticos de la vieja guardia, que se niegan a soltar la gallina de los huevos de oro. Otros, al ver frustradas sus expectativas, renuncian a sus propias pertenencias y saltan a los frentes que parecen tener más chances de garantizarles un puesto. Cada candidato se reinventa según las necesidades de la agenda y los mandatos del círculo rojo.

Las dos grandes figuras recicladas de 2019 son el peronista devenido cambiemista, Miguel Ángel Pichetto, y el kirchnerista ex antikirchnerista ex kirchnerista Alberto Fernández. Consecuentemente se reciclan también los líderes de las dos fórmulas, Mauricio Macri y Cristina Kirchner, gravitando hacia el centro del arco político. Ni que hablar del experto en autorreciclaje que es Sergio Massa.

Tenemos también a una lista de figuras políticas usadas y reutilizables: Victoria Donda y Pino Solanas, Graciela Camaño, Máximo Kirchner, Urtubey y el propio Lavagna, Felipe Solá, Roy Cortina, Lousteau… Sería más fácil enumerar a los que no son reciclados, pero hay tan pocos que cuesta encontrarlos.

Comparemos la oferta de candidatos de 2019 con la de 2015, o incluso la de 2011. Hay pocas caras nuevas, pero lo que es seguro es que, de las caras viejas, ninguna se para en el mismo lugar que hace cuatro u ocho años. Domina la lógica del reciclaje, no la de la renovación.

Los políticos cambian de vestimenta para presentarse de manera más favorable ante una opinión pública hastiada. Los analistas Putnam, Pharr y Dalton (2000) consideran que la baja confianza en los líderes democráticos es un resultado combinado del rendimiento de estos, del cambio en las expectativas sociales y del papel de los medios de información y comunicación modernos.

Tres factores claves inciden en la pérdida de la confianza postelectoral: el declive en la capacidad del político para representar a la ciudadanía, el declive en la fidelidad o ética con la que actúan y finalmente el declive de su capital social.

De aquí que las PASO sean en realidad un chiste que solo la clase política entiende. Es un momento clave en el ciclo de reciclaje. Los partidos que no consiguen buenos números son descartados, y las fuerzas mayoritarias buscan atraer a esos puñados de votantes que se quedaron sin candidato.

Mientras se piensan tácticas y estrategias en el corto plazo, el sistema democrático cruje y es maltratado. En lugar de ser un espacio de participación para la sociedad, las elecciones han quedado cooptadas como ring de enfrentamiento de grupos de poder.

Partidos, candidatos viejos y reciclados, la ¨dictadura del círculo rojo¨, y hasta empresarios que se arrastran para beneficiar a su sector y grupo de amigos, evitando enfrentamientos y manteniendo las ganancias. Todos juegan, y en ese acuerdo común se evita la depuración y las propuestas se reciclan en un círculo incesante.

Por eso, a medida que escribí esto me fui inspirando con la canción de Molotov: “si le das más al poder, más duro te van a venir a joder”.

Nota publicada también en: Perfil.com