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Mujeres adultas que se atrevieron a estudiar carreras universitarias

Muchas pueden ser las razones por las que las personas postergan sus estudios terciarios o universitarios. Algunas se ven obligadas a ingresar al mercado laboral a temprana edad, otras no cuentan con los recursos económicos necesarios, y no faltan quienes encuentran su verdadera vocación o se permiten conquistar sus sueños truncados durante su adultez. También existen aquellas personas dueñas de mentes inquietas, curiosas y ávidas de nuevos saberes. Lo cierto es que la edad no debe ser un impedimento a la hora de estudiar. DIARIO SAN FRANCISCO te comparte la historia de tres mujeres de nuestra ciudad que se atrevieron a vencer los prejuicios y los miedos que pueden provocar el comenzar una carrera después de haber sido madres, incluso abuelas. Nadie dice que es fácil pero ¿quién se atreve a decir que es imposible?

 

NORA AMBROSINO tiene 66 años, estudia en el Centro Universitario San Francisco (CUSF) y pronto será técnica en Periodismo. Madre de Soledad y Gonzalo, y abuela de Iñaki, esta blonda es dueña de una tenacidad y una personalidad increíbles.

Cuando terminó el secundario, en el año 1968, sabía que quería estudiar periodismo, pero la única posibilidad que tenía por entonces, implicaba tener que mudarse a la ciudad de La Plata, y su familia no estuvo de acuerdo. “Eran otros tiempos, y me di cuenta de que no querían que me fuera de mi casa”, explica. Rápidamente comenzó a trabajar, porque deseaba tener independencia económica, pero el deseo de estudiar era mucho más profundo. Tan profundo, que se propuso averiguar qué carreras se dictaban en San Francisco en horarios que no coincidieran con los de su trabajo y logró lo que para la mayoría sería impensado. “Me fui a la Escuela de Trabajo y hablé con el Ingeniero Barberis, que era el rector en ese momento, y me dijo que estaba la Tecnicatura en Construcción, pero que para que se vuelva a abrir yo tendría que conseguir a 30 alumnos antes del mes de julio, entonces salí a buscar compañeros, amigos de amigos y llegamos completar el cupo necesario, y terminamos la tecnicatura alrededor de 10 o 12 personas. Tenía ganas de estudiar, siempre pensé que la educación es lo que nos lleva a elegir mejores gobiernos y a tomar mejores decisiones en la vida cotidiana, a expresarnos, ¿por qué callarnos y no estudiar si tenemos ganas de hacerlo?”, sentencia.

Los años pasaron, y Nora formó su familia; su marido falleció siendo muy joven, sus hijos se casaron y ella se dedicó a trabajar en un conocido local de accesorios de moda de nuestra ciudad, del que era dueña. En el 2012, después de jubilarse decidió tomarse un año sabático para descansar. “Mis hijos estaban preocupados por mí, no sabían qué iba a hacer con tanto tiempo libre”, recuerda. Y como una señal del destino, un año después supo que abriría la Licenciatura en Comunicación Social en el CUSF y no lo dudó un instante; con la misma determinación con la que logró reunir a 30 personas para poder obtener su primer título, se inscribió para cursar su segunda carrera.

Reconoce que en algún momento pensó que la edad podría ser un inconveniente, y cuenta que aunque al principio había varios adultos estudiando esa carrera, sólo dos llegaron a estas instancias finales. “Una limitación para mí fue la tecnología, porque por más que pongamos empeño, nos lleva más tiempo y no tenemos ese dominio de la instantaneidad que tienen los jóvenes, pero gracias a Dios todos los grupos con los que cursé fueron maravillosos, me ayudaron, me explicaron y me hicieron sentir acompañada. Y los profesores también son macanudos, aunque de algunos puedo ser la hermana mayor y de otros la abuela”, comenta divertida.

Afirma que sus compañeros de curso y sus hijos fueron “sus dos muletas” en este proceso, y que sus amigas al principio le decían que estaba loca si tenía ganas de “sentarse a estudiar a esta altura de la vida”, y recuerda que las más cercanas le dijeron que conociéndola, sabían que iba a terminar la carrera.
Nora está cada vez más cerca de recibir su título, y acaba de terminar sus prácticas profesionales. “No me animaba a hacer las prácticas, no quería porque me parecía que los jóvenes son los que en verdad necesitan esa experiencia de trabajar, pero el coordinador de la universidad, Germán Fassetta, me insistió y hoy le agradezco porque fue hermoso y me gustó ver el entorno”. Por el momento, dice que ser técnica en Periodismo es su objetivo final, y que no planea continuar con los dos años que le permitirían completar la licenciatura en Comunicación Social, aunque no descarta esa opción por completo. Lo que no se puede negar es que tenacidad, valentía y capacidades, le sobran.

 

Gabriela Sidler, futura abogada, está cursando el cuarto año de la carrera en UCES.
Gabriela Sidler, futura abogada, está cursando el cuarto año de la carrera en UCES.

 

GABRIELA SIDLER tiene 49 años, está casada y es madre de Antonella y Bruno; trabajó 23 años en la Clínica Regional del Este y actualmente es Secretaria Gremial del Sindicato de la Sanidad. A la edad de 33 años, comenzó a estudiar la Tecnicatura en Recursos Humanos y se recibió, pero en su interior siempre albergó el sueño de ser abogada, y fue en el 2014 cuando quiso regalarse la oportunidad de cumplirlo. Hoy está cursando el cuarto año en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), y lleva la carrera prácticamente al día.
“Cuando termine la secundaria quería estudiar abogacía, por supuesto que en aquella época solamente se podía en Córdoba y Santa Fe y mis padres no tenían las posibilidades económicas, ese fue un sueño que nunca dejé de tenerlo presente, y ahora lo estoy realizando”, cuenta.

En ocasiones se pregunta si haberlo hecho antes no hubiese sido una mejor idea, pero el miedo a no poder muchas veces la detuvo, y relata: “Un día decidí que lo iba a intentar, y si no podía al menos no me quedaba ese sueño truncado, y fue muy difícil porque trabajando y estudiando se complica pero la verdad es que valió la pena y estoy feliz porque eso es lo que deseo con toda mi alma”.

Asegura que su familia y sus amigos están felices y orgullosos de ella por haberse atrevido a vencer sus miedos, la apoyan, la acompañan, y en cada parcial están pendientes de los resultados. “Ni te cuento la felicidad de mi mamá al saber que estoy haciendo esto, para ella mi sueño es su sueño también”, completa.

Además de trabajar, Gabriela jugaba al paddle y al vóley, y su rutina cambió por completo desde el momento en que comenzó la universidad, e implicó que deba renunciar a esas actividades, pero asegura que valió la pena. “Salgo de trabajar, voy a la facultad, y cuando vuelvo a casa repaso lo que vimos en el día, y el fin de semana me la paso estudiando para llevar la carrera al día”.

En cuanto a la relación con sus compañeros de curso, la mayoría jóvenes veinteañeros, dice que es muy buena y que ella es la encargada de cebarles mates en clases, además de compartir reuniones donde siempre es invitada. “Siempre me dicen que admiran esta decisión a mi edad, el insistir, se ponen muy contentos. A mí esta experiencia me ayudó mucho hasta en mi aspecto personal, el compartir tiempo con los chicos te da un aire nuevo increíble”, asegura.

No se preocupa por el futuro, va paso a paso pensando en los exámenes a rendir, y luego en terminar el año académico, y señala que aunque a su edad puede ser complicado el poder ejercer como abogada, es lo que más quisiera. “A las personas adultas que quieren estudiar pero no se atreven a tomar la decisión, les digo que se animen y que dejen de lado los miedos y lo intenten, porque no hay peor batalla perdida que la que nunca se intentó. Cuando uno tiene un sueño tiene que trabajar para cumplirlo, aunque implique mucho sacrificio, y si no puede ser te queda la alegría de haberlo intentado”, finaliza.

El paso de los años no impidió a Gabriela conservar intactos los sueños de su juventud, y fue lo suficientemente valiente como para materializarlos.

María Laura junto a sus hijos Julieta, Martín y Florencia.
María Laura junto a sus hijos Julieta, Martín y Florencia.

 

MARIA LAURA CABRERA tiene 48 años y junto a sus hijos lleva adelante un emprendimiento familiar que funciona como un multi-espacio de belleza y peluquería. Aunque es traductora de francés, lleva muchos años trabajando en su propia empresa y también en gimnasios, gabinetes y salones de belleza de otras localidades.

Constantemente busca perfeccionarse en este campo, por eso estudia a distancia la Tecnicatura en Cosmetología y Cosmiatría Hospitalaria en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad del Litoral. Sólo resta que rinda las últimas tres materias y defender su tesis para obtener su título, y reconoce que para que esto sea posible fue sumamente importante el apoyo de sus hijos, además de tener mucha constancia, ya que bajo la modalidad de estudio a distancia es primordial ser organizado y perseverante, y agrega: “La piel es el órgano más grande que tenemos y refleja nuestra salud y esta es una carrera que, si bien es nueva, es importante que se profesionalice porque el campo de trabajo se amplía, por eso estamos luchando por la licenciatura, para dignificar nuestra profesión; esto comenzó a raíz de conflictos con otras profesiones y campos, por eso luchamos para que se nos reconozca, para poder colegiarnos y trabajar en otras provincias”.

Asegura que, aunque algunas materias fueron más difíciles que otras, está segura de haber elegido el camino correcto porque, si bien es el más complicado, es el que más satisfacciones trae y el que le permite enriquecerse como profesional. “Independientemente del rubro en el que nos desempeñemos tenemos que capacitarnos constantemente, no sólo porque la profesión lo requiere, sino porque creo que el que no estudia o no realiza cursos se queda estancado, no estimula el cerebro, que debe estar en constante ejercicio. En este campo uno ve los protocolos que ofrecen las marcas, y la experiencia que te da la labor diaria, pero es importante estudiar y perfeccionarse, sobre todo porque hay un exceso de información en la gente, de mala información, y en realidad cada situación requiere un producto y un tratamiento diferente, y ahí es donde debe intervenir un profesional”, sentencia.

Para el desarrollo de su tesis, María Laura eligió un tema sumamente interesante; decidió hacer hincapié en la educación a niños con discapacidades motrices y déficits atencionales, con el objetivo de promover el cuidado diario de su piel desde la prevención, en un trabajo ligado a la pedagogía y la psicomotricidad en conjunto con profesionales de la salud. “Todo el proceso, la aplicación de los productos y el diseño de los kits fueron adaptados a ellos, desde la elección de los colores utilizando pictogramas con los pasos a seguir, y haciendo un seguimiento mensual para que en su casa lo puedan hacer sin problemas”, explica. De hecho, María Laura brindó como parte de sus prácticas dos talleres en un centro de rehabilitación de nuestra ciudad.

María Laura es, sin dudas, otro ejemplo de lucha y constancia y aunque, tal como lo describe, sus domingos se convirtieron en días abocados por completo al estudio, y su habitación se volvió una especie de búnker donde se encuentra rodeada de libros, sabe que el esfuerzo de hoy significará una recompensa mañana. “Estudiar mantiene viva la chispa, la juventud, la adrenalina que se va perdiendo con la rutina de todos los días, esto es adrenalina pura”, finaliza.

Por Julieta Balari.-

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