Milei: perder, resistir y calcular la próxima derrota
OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF
Milei aún tiene la posibilidad de recuperar la iniciativa, pero solo si logra un giro real: poder consensuar, aunque le resulte incómodo, y demostrar con hechos —no con relatos— que puede administrar las urgencias de la gente.
Javier Milei perdió el domingo y, si no corrige el rumbo, seguirá perdiendo. En política, nadie escapa a las derrotas; lo que sí puede perderse para siempre es la credibilidad. La caída en las elecciones provinciales fue clara y contundente, con una diferencia que dejó cicatrices profundas en el oficialismo. Y lo que hoy se armó en esta mesa chica del poder no es una estrategia política para poder ganar, sino para controlar los daños internos, ordenar la campaña y que pueda contener peleas que ya son cotidianas.
En el círculo íntimo del presidente lo saben: el desafío es que en las elecciones nacionales la derrota no supere el 7 por ciento, “la mitad” de lo ocurrido en la provincia. Ese resultado negativo también abriría la puerta a un reacomodamiento interno: desplazar a los Menem, a Sebastián Pareja y a los responsables de un armado político improvisado y absurdo. La mesa, en este contexto, no está diseñada para conquistar, sino para administrar la derrota con dignidad y preparar cambios que, por ahora, se postergan.
Santiago Caputo, señalado como el estratega silencioso, no se inmolará en esta elección. Tampoco forzará cambios antes de tiempo: sabe que vendrán solos. Patricia Bullrich, Luis Petri y Manuel Adorni, entre otros, ya se proyectan con lugares asegurados en las futuras legislaturas. Caputo es consciente de que el costo político de un fracaso no caerá sobre él. Recién después de los comicios se evaluará un nuevo Gabinete que asegure gobernabilidad, con más políticos que técnicos, con territorialidad y capacidad para explicar las medidas del Gobierno en un momento crítico.
El talón de Aquiles sigue siendo la economía. Dentro del Gobierno muchos repiten que “el tiempo acomodará las cosas”. Pero la economía no espera: si la inflación vuelve a escalar, si el dólar se dispara o si los jubilados siguen sin poder comprar medicamentos el costo caerá sobre Toto Caputo. Milei lo sostiene en público y en privado, aunque desde su entorno más cercano ya reconocen: “Si la economía falla, el fusible sera Toto”. El propio presidente se presentó como garante del rumbo económico, por eso Caputo está condenado a ser el recambio si la economía entra en crisis.
El frente más delicado, sin embargo, es Karina Milei. Dentro de La Libertad Avanza hay quienes sueñan con limitar su influencia, no sacándola del Gobierno, sino redefiniendo sus roles. Su figura arrastra causas judiciales que podrían escalar, como las que involucran a Diego Spagnuolo, extitular de la ANDIS despedido tras denunciar presuntas coimas, hoy evaluando declarar como arrepentido. Tampoco puede ignorarse el caso $Libra, con intervención del Congreso de la Nación y con acciones judiciales abiertas en EE.UU. por supuestas estafas con criptomonedas.
El deseo es que Karina se limite al rol de socia política del presidente. Pero no es fácil: es la única que lo contiene, lo enfrenta, lo desafía y hasta lo castiga con silencios para marcarle su enojo. Es, al mismo tiempo, su sostén emocional y su límite más duro.
La situación revela un Gobierno atrapado en su propia lógica: un Gabinete que se concentra más en controlar daños, repartir culpas y preparar transiciones internas que en proyectar un futuro electoral robusto.
Milei aún tiene la posibilidad de recuperar la iniciativa, pero solo si logra un giro real: pedir disculpas cuando corresponde, incluso a dirigentes como Luis Juez, mal agredido y destratado por un integrante de su propio espacio (Daniel Parisini, conocido por su seudónimo en redes sociales como Gordo Dan)
Poder consensuar, aunque le resulte incómodo, y demostrar con hechos —no con relatos— que puede administrar las urgencias de la gente.
La derrota del domingo podría ser apenas el prólogo de una historia más larga: la de un presidente que empezó disruptivo y terminó atrapado en la lógica más vieja de la política argentina, la de resistir sin construir. Y la historia es implacable: los presidentes que no aprenden de sus derrotas terminan sepultados por ellas.