Policiales

«El dilema de las redes sociales» y «Hater»: llamados de atención para vida moderna

“¿Qué es lo que está mal con las redes sociales?”. La pregunta hace sonrojar a pesos pesados de la industria tecnológica de Silicon Valley al comienzo del imperdible y necesario documental El dilema de las redes sociales, disponible en Netflix.

Es que, es cierto, hay muchas cosas positivas de las plataformas tecnológicas, empezando con una tan elemental como que nadie está obligado a usarlas. Nos acercan, abren posibilidades infinitas de comunicación, sirven para hacer negocios, nos dan una hipotética igualdad de condiciones para manifestarnos abiertamente sobre lo que sea y hasta nos entretienen.

Pero el abrumador cambio social que han ocasionado estas plataformas va mucho más allá y afecta a todos por igual, seamos o no usuarios activos.

Ese es el camino que empieza a recorrer el documental dirigido por Jeff Orlowski, sin necesariamente hacer grandes revelaciones, pero con una sumatoria demoledora de elementos por los que vale pena cuestionar a las redes. Además, con el valor de estar narrado por personas de autoridad indiscutida, que estuvieron en el corazón del negocio pero decidieron dar un paso al costado para alertar sobre la relación tóxica hacia la que la humanidad toda se está dirigiendo con la omnipresencia tecnológica. Diseñadores y ex ejecutivos de Facebook, Google, Twitter e Instagram, hablan asustados en muchos casos de lo que ellos mismos generaron.

Básicamente, estamos siendo monitoreados cada segundo que usamos nuestras redes e Internet en general (qué vemos, qué fotos nos llaman la atención, qué perfiles visitamos, qué cosas nos gustan, nos molestan, nos emocionan) para ir formando modelos de conducta predictivos a partir del uso del big data. Esto es, cómo sistematizar estos millones y millones de datos en patrones manejables que engrosarán algoritmos, para ir “perfeccionando” de la mano de la inteligencia artificial esta misma rueda.

Igualdad ficticia

Diseñadas para disparar la dopamina, generar adicción (que levante la mano quien no se ha encontrado scrolleando durante muchos minutos viendo historias o muros, siguiendo una lógica parecida a los tragamonedas de los casinos), las plataformas no muestran su contenido a todos por igual.

De hecho, dependiendo de dónde estemos ubicados geográficamente será el resultado que nos arroje sobre “cambio climático”: puede ser considerado una fake news o una causa alarmante con fundamentos científicos. Lo más probable es que se refuerce la idea previa de quien realizaba la búsqueda.

Lo más cruel es la lectura (demasiado lineal, es cierto) que se hace de la suba de casos de depresión y suicidios entre adolescentes norteamericanos que coincide con la explosión en el uso de redes. Evidentemente, al creador del botón “Me gusta” de Facebook está claro que eso no le gusta.

En su contra, hay que decir que El dilema de las redes sociales ofrece un discurso unilateral y no contrasta opiniones, además de introducir un innecesario fragmento ficcional como para explicar con una pedagogía burda lo que afirman las fuentes. Pero ese es solo un detalle menor, un árbol que no debería tapar el bosque.

La política del odio

Casi en paralelo, Netflix también estrenó la película polaca Hater, que desde la ficción también debería funcionar como un llamado de atención. Un adolescente con grandes aspiraciones y nulos escrúpulos escala rápidamente en una agencia de relaciones públicas de figuras de la política.

Usando las redes de manera malintencionada, no hace más que tirar nafta al fuego de los nacionalismos extremos y los discursos del odio, agitando fantasmas que derivan en una feroz matanza.

Y atención, que sea una ficción no significa que esté alejada de la realidad. Solo como muestra, vale recordar el caso del australiano Brenton Tarrant, de 29 años, que perpetró un ataque contra dos mezquitas en la ciudad de Christchurch, Nueva Zelanda, el 15 de marzo de 2019. Mató a 51 personas, hirió a otras 40 y además lo transmitió en vivo por sus redes sociales.

La manipulación a la que podemos ser sometidos no debería ser subestimada. Volviendo al primer documental citado, uno de los entrevistados (Tim Kendall, ex presidente de Pinterest), lo dice claramente tras unos segundos de duda: su temor es que este estado de cosas derive en “una guerra civil”.

Si vemos los choques entre fanáticos y opositores a Donald Trump en Estados Unidos (sumados a los crímenes raciales), o en Brasil por Jair Bolsonaro, los negacionistas de la pandemia por Covid-19, por no mencionar la interminable grieta en Argentina entre otros tantos temas, esa premonición temeraria parece más cerca de lo que creemos.

Lo confieso: yo no estoy listo para dejar las redes. No me considero “adicto”, o en todo caso, siento que logro manejarlas sin que me desequilibren la existencia. Pero claramente me sentí interpelado por estas dos películas.

Es el momento de poner especial atención a todos los estímulos con los que somos bombardeados en el ecosistema digital porque, nos guste o no, todo lo que pasa tiene mayores intenciones de las que aparenta.

Fuente: La Voz del Interior. La Voz del Interior