Policiales

Definición de un ideal ético político en el espacio sudamericano: Un imperativo democrático

“La crisis de nuestro tiempo es materialista. Hay demasiados deseos insatisfechos, porque la primera luz de la cultura moderna se ha esparcido sobre los derechos y no sobre las obligaciones; ha descubierto lo que es bueno poseer mejor que el buen uso que se ha de dar a lo poseído o a las propias facultades.” (Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, 1949)

Si hay una pregunta y cuestión que revolotea los más diversos ambientes de todas las latitudes del mundo es aquella que indaga sobre el mundo o la realidad post-pandemia COVID-19. Dicho planteo, si se lo considera desde cualquiera de sus aristas implica un replanteo general del modo organizativo de las sociedad actuales a fin de mejorar su desempeño sistémico ante flagelos como los que se han presentado. Se coincida o no sobre la amplitud, profundidad, veracidad o cientificidad de los postulados sobre los que los gobiernos reaccionaron ante esta pandemia, lo que perdura son los efectos que se han producido como consecuencia de dichos fenómenos, de carácter histórico por sus connotaciones.

Tanto si la cuestión se aborda por la pretensión de cuidar y mejorar el mundo, como de optimizar los factores que hacen a la resiliencia de las sociedades organizadas políticamente en Estados o de optimizar desempeños económicos conjuntamente con una visión de mayor inclusión social en una coyuntura de emergencia de acelerados cambios tecnológicos, la discusión lleva a un punto de inflexión. Éste es que cualquiera de esas cuestiones implica en su dinámica e implementación cambios profundos “en los estilos de vida, modelos de producción y consumo, es decir de las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad.”

En tal sentido, el desafío para América del Sur, como espacio civilizacional, es no sólo indagar sobre los modos de canalizar el descontento de la sociedad civil ante demandas insatisfechas, lo que se muestra históricamente como un patrón común para la gran mayoría de las sociedades de la comunidad internacional, sino también redescubrir las ideas meta-políticas que actúen como norte y factor unitivo social en cualquier proceso reformista que eventualmente se emprenda.

Hay análisis que plantean la cuestión como el fin del orden de post-guerra, que se basaba en una especie de negociación más o menos explícita. En Estados Unidos se lo conoce como el “Sueño Americano”, mientras que en Europa como el sistema social de mercado, cuyas primeras resquebrajaduras en ambos casos se remontan a la crisis financiera de 2008. Lo que desde entonces ha caído en entredicho cada vez más radical es la creencia en la inefabilidad del sistema de libre mercado del Consenso de Washington, lo que curiosamente en América Latina ocurrió antes por razones de inviabilidad sistémica. Misma cuestión se planteó más agudamente con el COVID-19, en que se percibe una discriminación entre sus víctimas bastante más amplia que la obvia entre segmentos poblacionales por edades, con costos que han caído principalmente sobre de menor seguridad social.

No obstante ello, aún en sectores productivos y sociales relativamente prósperos, como los vinculado al turismo, la principal víctima por amplitud nuevamente ha sido el factor trabajo, al igual que en el año 2008, aunque con una extensión, prolongación y sectorización más acentuadas. Por consiguiente, se plantea de modo crítico la integración de los que van quedando fuera del sistema. En tal sentido, todo proceso de reconstrucción de confianza social será viable en la medida que efectivamente el proceso político que se encare en búsqueda del añorado bien común se asiente sobre consensos socio-políticos amplios, con ideas organizativas de largo plazo y sobre un basamento cultural axiológico que responda a la idiosincrasia y ethos de la sociedad en su espacio territorial propio y circundante6, más allá de que la incorporación estratégica del factor tecnológico en todo esto es crucia.

Dicho desafío es universal y más allá de que se toque una variable económica o la otra, la crudeza de la realidad actual y sus desafíos son tales que lo que ha caído en discusión es la calidad de los sistemas democráticos liberales, tal como se los conoce en gran parte de las sociedades contemporáneas. Las grandes potencias occidentales conciben en diversos grados enemigos externos cuyos sistemas de gobierno caerían bajo la categorización de sistemas autocráticos según cierto estándar de criterios. Sin entrar en dicha discusión, lo que hoy se está debatiendo es en realidad qué tan democráticos son estos sistemas occidentales a la vista de las realidades que han dejado al descubierto la pandemia y medidas restrictivas tomadas por los gobiernos, con apoyo del factor tecnológico y criterios discutiblemente científicos. En tal sentido, semanas pasadas la prestigiosa publicación The Economist publicó una nota en la que hace referencia a este proceso y al retroceso democrático que se ha dando en gran parte de los países del mundo, proceso que se acentuó en el año 2020, como se observa en la infografía a continuación:

Si bien el desafío es universal, la respuesta es individual de cada pueblo, nación y Estado, porque en esta ocasión el mal sufrido es tan cercano e inmediato que las diversas reacciones de los Estados así lo han demostrado, cerrando fronteras, acaparando vacunas, decretando confinamientos de modo más o menos arbitrario. Del mismo modo, esta dinámica empuja a sus actores a buscar soluciones de fondo de carácter individual y/o regional, más allá de que se respeten estándares internacionales ya aceptados e incorporados a la estructura institucional estatal. Detrás de todo ello y a nivel global, se abre paso una nueva geopolítica que aún está indefinida en sus rasgos esenciales, pero en la que aparece el ascenso de China, cierto populismo en las democracias occidentales y el esfuerzo de Occidente por reconstituir puentes y evitar una mayor polarización10.

En cualquier caso, la premisa es que hay una gama de futuros posibles, en los que el patrón común sería el fin del orden liberal globalizado, establecido por los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Si se enfoca dicha cuestión desde América del Sur, se observa que respuestas dictatoriales a esta coyuntura no serían posibles, por el rechazo generalizado en la sociedad antes experiencias muy negativas que se vivieron recurrentemente a lo largo de su historia principalmente en el s. XX. Todo indica que dentro de las decisiones que tome cada país o bloque para salir de la actual coyuntura, ello se daría dentro de cierta globalización económica, ambiental y hasta de respeto y promoción de libertadas individuales ya prácticamente mundialmente reconocidas.

Dentro del ejercicio de sopesar los posibles escenarios que se podrían plantear y realizar los ajustes de política necesarios, los gobiernos de los países de Sudamérica, tendrán por delante el compromiso social de redescubrir, en un proceso participativo y multisectorial, aquellos valores que permitirán superar las grietas, fisuras y fronteras internas que obstaculizan su crecimiento. Tanto al interior de las sociedades, como en la región reina la desunión. No es un punto de partida óptimo, aunque sí una realidad que ha sido tal gran parte de la historia moderna de estos Estados. La posibilidad de una América del Sur unida, tomando el MERCOSUR como plataforma, sería una gesta muy positiva para superar los perjuicios ocasionados por el COVID-19, y para sumarse a cualquier intento de reordenamiento internacional14.

Tal tipo de búsqueda de valores unitivos y orientadores para la reorganización socio-política tiene como punto de partida el hecho de que Latinoamérica, con excepción de África, es la región más atrasada del mundo en economía, educación y desarrollo social. El análisis corriente de tal fenómeno indica que el Estado de Derecho en esta región exhibe serias falencias en su función de garantizar y proteger al individuo en sociedad, sus libertades y derechos, incluyendo el de la propiedad. Las consecuencias en términos político-institucionales, económicos y sociales están a la vista y son la causa de la más abyecta paradoja de contar con recursos naturales y humanos estratégicos y únicos en el mundo, al mismo tiempo índices de corrupción, pobreza, subdesarrollo y desigualdad social y fragmentación escandalosos. El Estado Moderno ha funcionado gran parte de la historia de estos países de un modo deficiente, calamitoso y decadente. Si a ello le sumamos por un lado los efectos del COVID-19 y, por el otro, la confusión cultural que se está produciendo por la imposición lenta y progresiva de nuevos paradigmas dictados por minorías, entonces la situación es de un latente y creciente descomposición socio-cultural sin precedentes.

Es por ello que el regreso a una cierta libertad de debate cultural permitiría ir sentando consensos fundamentales sobre los que plantear seriamente los debates organizativos a los que hacía referencia al comienzo de este artículo. Una cultura de minorías que se ha ido imponiendo y ganando espacios al estilo gramsciano de revolución cultural está generando una tal división social que no hace más que agrandar las grietas ya existentes. Tanto los sectores académicos como público dicho avance es notorio, el simple hecho de mantener estructuras institucionales seculares, con respeto a la libertad de opinión, de culto y de conciencia, sería un paso clave para la reconciliación de estas sociedades consigo mismas y la búsqueda de soluciones y respuestas nacionales y regionales sobre una base de sustentación socio-político autóctona y real.

Es más, las mejoras en términos de calidad democrática efectiva en la región constituyen un imperativo, si se toma como un parámetro adicional la recientemente publicada Evaluación Anual de Amenaza informe de la Central de Inteligencia Americana (CIA)1. En este informe la CIA percibe un panorama preocupante para América Latina, donde consecuencia de la pandemia, “casi con certeza” se verían puntos calientes de volatilidad en el corto plazo, en un contexto político polarizado, elecciones impugnadas y protestas violentas.

En tal sentido, la formulación de los ideales políticos socialmente aglutinantes de los más diversos sectores reconoce en primer lugar, al derecho al trabajo digno y justamente remunerado, como actividad creadora, valorizante y que actúa como una prolongación culturalmente dominadora de la naturaleza en el rico territorio de la nación sudamericana. Sólo desde y por el trabajo del ser humano en sociedad se concibe la estructura política, la búsqueda de bien común a que esta se debe por su naturaleza y la convivencia ordenada y armoniosa de los actores sociales en un medio determinado.

El trabajo como patrón cultural organizativo social abarca tanto los derechos y obligaciones del ciudadano, por lo que sería un parámetro rector para cualquier reorganización social que se diagrame, evitando caer en los males que el materialismo y consumismo vienen produciendo hasta el punto de inflexión en que se hallan las sociedades. Sudamérica como región con abundancia de población laboralmente activa, culturalmente diversa pero dotada de factores unitivos de raigambre común, inserta en un rico entorno natural, tiene en el trabajo su principal capital. La fuerza laboral sudamericana, educada y formada con criterios humanistas y profesionalmente idóneos estaría en capacidad de incorporarse a la revolución tecnológica de la Era Digital.

El otro gran ideal político aglutinante y rector para este gran espacio civilizacional de Sudamérica es el humanismo, aún latente en cada rincón de estas tierras, que ha nacido de una rica herencia hispánica y latina fuerte en los valores que han forjado lo más elevado y humanamente desarrollado que caracterizaba hasta escaso tiempo atrás a Occidente. Ciertas falencias en el desarrollo de estas sociedades, tal como se vio más arriba, ha dejado al mismo tiempo, un espacio de potencial desarrollo humano, social, político e institucional propio, que aún late por su despertar, con un crecimiento y proyección hacia dentro y fuera de esta gran nación sudamericana.

Es más, la solidaridad observada en las sociedades de esta región frente al grado de conflicto visto a través de períodos de la pandemia en las sociedades más desarrolladas sugiere lecciones del pasado y el legado de pensadores humanistas, inclusive de una diplomacia humanista. En tal sentido, figuras como Pierre Teilhard de Chardin, Erasmus, Thomas More, Antoine de Saint-Exupery, Vladimir Vernadskiy son referentes firmes hacia donde volver la mirada para discernir analíticamente vías de aprovechar y desenpolvar el humanismo que aún late en la civilización sudamericana.

Otro valor o factor aglutinante en tiempos como el actual históricamente ha demostrado serlo la religión. Dentro del marco general de declive que han observado algunos analistas, se reconoce al mismo tiempo el valor de creencias, convicciones e ideas supremas. Seguramente tal declive, presente desde hace décadas pero acentuado desde el inicio de la pandemia/cuarentena se relaciona con el cierre de los templos de cualquier credo decretado por períodos prolongados, fenómeno inédito en las sociedades democráticas de los últimos dos siglos al menos, aunque más bien típico de las sociedades sujetas al régimen comunista o nazistas.

Siguiendo la misma fuente, el autor, que se confiesa no religiosa, destaca: “Se trata de una tendencia que está ocurriendo en todo Occidente, y especialmente en las iglesias cristianas. En un mundo de la posverdad, cada vez más desprovisto de valores, en el que los demagogos populistas han socavado los principios fundamentales de las sociedades normalizando la mentira y la intolerancia política y racial, necesitamos urgentemente una brújula moral. Si las religiones no están allí para enseñarnos valores básicos, ¿qué institución del mundo moderno asumirá ese papel?”

Frente a esa realidad, el humanismo tiene aún un baluarte en la civilización sudamericana. Por ello la construcción del Estado estratega en este gran espacio geopolítico tendría sólidos fundamentos en el fortalecimiento y creación de ambientes propicios para un reencuentro cultural con los propios valores identatarios. Ello es clave si se amalgama con la formación en los compromisos socio-institucionales que sigan los grandes lineamientos de una estrategia de desarrollo nacional, incluyendo una estrategia de inserción internacional inteligente.

RAPA, Abril 2021

Fuente: Nota original con citas bibliográficas