Policiales

Una trompada al sistema

Donald Trump no ganó solo. Donald Trump no fue sólo un fenómeno mediático convertido en candidato. No está de más señalarlo, ya que la sensación que primó, o al menos la que se quiso imponer, después de su victoria, fue la sorpresa, el shock.

El relato de los medios quiere mostrarnos un paracaidista que apareció de la nada y se impuso contra todo pronóstico, algo que no desentona con la idea del self-made man que al propio Trump le gustaría imponer. Después de todo, ese empresario hecho a sí mismo, que ahora obtuvo una victoria imposible, también se propone hacer lo imposible al frente del país más poderoso del mundo.

Una lectura así podrían hacer sus simpatizantes. Entre los detractores hay un ánimo de tragedia o de pesadilla, también como si este resultado hubiera sido un imposible antes del martes decisivo, y como si fuera algo tan inevitable como un cataclismo natural.

Pero Donald Trump no ganó solo. Trump ganó con los casi 60 millones de votantes que optaron por él, y también con aquellos que lo repudiaron, dentro y fuera de su propio partido. Ganó con la impericia de su contrincante, que en pocos momentos supo ser algo más que la alternativa preferible, la “menos peor”.

Trump ganó con las expectativas de los sectores industriales que buscan la reactivación y recuperar la fortaleza que EEUU necesita para mantener su papel preponderante en el mundo. Ganó con la asistencia otros poderes, porque en su país los hay y muy grandes, y que no le permitirían, por cierto, ser ese “loquito suelto” que nos muestran los medios.

Trump ganó con los estados claves, los swing states que tienden a cambiar su preferencia elección a elección y por lo tanto, en general, deciden quién será el próximo presidente. Sabiamente, concentró sus esfuerzos en los estados que podía tornar a su favor, como Florida, Ohio, Iowa y Pennsylvania, sin malgastar su tiempo en los estados decididamente azules como California.

Esta estrategia está habilitada por el sistema estadounidense, basado en un colegio electoral, y no en el voto directo proporcional, y la movida de Trump no carece de antecedentes. En 1860, Abraham Lincoln decidió hacer campaña exclusivamente en los estados del norte, que apoyaban la abolición de la esclavitud, y no perder un solo minuto en los estados del sur.

Trump ganó con un estilo particular, con una personalidad que generó críticas, pero que también lo colocó, día tras día, en el centro del huracán mediático. Ganó con una retórica brillantemente simple, con el discurso de un outsider, distinto de los políticos de Washington.

Trump ganó, sobre todo, con un sector de la población que ha sentido la pérdida del poder adquistivo, que desconfía de los inmigrantes y que se siente amenazado por los cambios de un mundo globalizado. Este sector, como ha ocurrido en otros lugares y momentos, no cree en los políticos tradicionales, y aparece, ahora, para darle una trompada al sistema.

El voto oculto jugó, previsiblemente, un papel clave en la elección. Los blancos de zonas rurales, desdeñados por las encuestas, acudieron masivamente a votar, y fue esta mayoría silenciosa la que finalmente inclinó la balanza.

Trump ganó, finalmente, con el desinterés de sus detractores. Como suele ocurrir, el partido del cambio genera un entusiasmo arrollador. El partido en el poder, más después de ocho años desgastantes, no puede ofrecer más que un moderado realismo, y es incapaz de entusiasmar a sus propios seguidores, muchos de los cuales no se presentaron a votar.

Trump ganó con una mayoría silenciosa ignorada por muchos analistas. No debemos olvidar que la gente ya no discute cara a cara, que las redes sociales son los mecanismos de queja preferidos y cada día más el pueblo decide en soledad. ¿Quizás a ellos les hablaba el flamante presidente electo, cuando aparentemente todos los medios se horrorizaban de sus dichos?

Trump ganó. Aunque no podamos desdeñar la importancia política de todo lo que ocurre en Estados Unidos, sería un error intentar extrapolar a esta victoria a países en otras partes del mundo, con realidades muy distintas. Más allá del humo que quieran vendernos los especialistas, desde esta victoria, la conclusión es en este caso la misma que en todos: ganó el más inteligente, el que supo interpretar y manejar mejor a todos los jugadores. Y ganó, sobre todo, el candidato justo, en el lugar y el momento justo.

(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com

mm

Eduardo Reina

Consultor especializado en Comunicación Institucional y Politica, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político. Universidad del Salvador, USAL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Actual Presidente Tres Cuartos Comunicación y es Docente Universitario. Anteriormente fue Vicepresidente de Estudio de Comunicacion, multinacional española que figura entre las 10 empresas del ranking de Merger Market de empresas Europeas. www.eduardoreina.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *