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Sanfrancisqueños por el mundo: Otto Schuhmacher Albrecht

Otto Schuhmacher Albrecht es arquitecto y tiene 30 años. Mientras desarrollaba su tesis junto a su novia, Valentina, surgió la idea de hacer un viaje más largo de lo acostumbrado. El deseo de ellos era poder experimentar realmente cómo es vivir en otro país con una cultura diferente a la nuestra. Buscaron destinos posibles y, como muchos otros jóvenes, decidieron aprovechar la posibilidad que la visa “Working Holliday” de Nueva Zelanda les brindaba. “Con la suerte de nuestro lado, la visa nos salió en Septiembre de 2013 y en Abril de 2014 partimos con nuestras mochilas cargadas de incógnitas y emociones a este viaje que tanto habíamos deseado”, explica.

El momento en que se recibió de arquitecto cerró una etapa de su vida que le pareció muy oportuna para tomar riesgos. “Siempre supe que hay mucho más allá de lo que uno ve y conoce en Argentina y creo que valía la pena salir a conocerlo”.

Con el equipo de fútbol “Treallus” donde jugó en la primera división. El equipo, que este año por primera vez salió campeón, está conformado casi en su totalidad por inmigrantes

Con el equipo de fútbol “Treallus” donde jugó en la primera división. El equipo, que este año por primera vez salió campeón, está conformado casi en su totalidad por inmigrantes

Terminó su escuela secundaria en el Instituto Pablo VI, y recuerda con mucho aprecio a muchos docentes que “con gran vocación eran capaces de despertar el interés en sus alumnos”. Anecdóticamente, recuerda que una vez una profesora les preguntó qué querían hacer luego de concluir el secundario, una pregunta frecuente al acercarse el fin de la escuela, y que frente a su respuesta tuvo una actitud despectiva. “Este tipo de situación puede afectar la motivación y autoestima de un adolescente que todavía está construyendo su seguridad y tienen que tomar, a corta edad, decisiones trascendentales. Hoy soy arquitecto y me gano la vida en el exterior trabajando en eventos, así que mi respuesta a los 17 fue concretada”, sentencia.

Actualmente vive en Christchurch, ubicada en la costa este de la Isla del Sur de Nueva Zelanda, que tiene una población de alrededor de 400.000 habitantes, siendo la ciudad más grande del país. Esta localidad está ubicada en un área con intensa actividad sísmica; “En el 2010 y 2011 sufrió dos fuertes terremotos, el primero generó solo daños materiales, el segundo provocó el derrumbe de grandes edificios causando la muerte de 181 personas”, cuenta.

Durante unas vacaciones en las sierras cordobesas con sus padres y hermanos

Durante unas vacaciones en las sierras cordobesas con sus padres y hermanos

Está trabajando en un Casino, en una área que se llama Sixty6 , organizando diferentes tipos de eventos como conferencia, cenas empresariales, espectáculos en vivo, recaudación de fondos, fiestas de navidad y de cumpleaños.

Pero antes de conseguir este empleo, tuvo muchos otros. A medida que mejoraba su idioma iba encontrando mejores posibilidades laborales. “Apenas llegué trabajé en la Isla Norte del país recolectando y empaquetando kiwis, mi segundo trabajo fue en una fábrica de bulbos de flores y en agosto del 2014 nos asentamos definitivamente en Christchurch. La ciudad quedó devastada después del terremoto del 2011 así que se necesitaba mucha mano de obra para la reconstrucción, por eso mi siguiente trabajo fue como carpintero. Lo que destaco de Nueva Zelanda es que en cualquier rubro que trabajes, vas a poder vivir dignamente”.

Trabaja 30 horas semanales, y el tiempo restante se dedica a actividades de ocio; sale a correr por la montaña, practica surf durante el verano y snowboard en invierno. Pasea en bicicleta, juega al fútbol y se junta con amigos. “La valiosa libertad de poder salir a hacer una actividad y conectarte con eso, acá no existe el miedo de salir a calle”, completa.

En Nueva Zelanda es muy común que la gente alquile una casa para luego subalquilar sus habitaciones. Lo hacen personas de todas las edades y estratos sociales. Durante los primeros años vivió junto a su novia bajo esta modalidad en diferentes casas con amigos y con su hermano Guillermo. Y desde hace seis meses decidieron irse a vivir solos. “Pasamos por más hogares que en toda nuestra vida y esto ayuda un poco a no apegarse a los objetos, uno aprende a valorar qué es realmente necesario y así se vive más simple”.

Según cuenta, el vivir afuera implica extrañar sobre todo los momentos compartidos con sus seres queridos. Asegura que lo más duro es la soledad con sus dos caras, “lo positivo del autoconocimiento y la angustia temporal del vacío por no estar en tu lugar”. Para Otto, estar en pareja con una persona argentina es de mucha contención frente al desarraigo porque se comparten los mismos sentimientos. “El argentino es cálido y amigable, la cultura neozelandesa es fría, es más difícil crear lazos profundos, la gente es amable pero les cuesta romper barreras. La espontaneidad de organizar un asado y un partidito de fútbol, hacer unas cuadras y ver a un amigo de toda la vida, unas charlas en castellano donde te sentís cien por ciento vos mismo, con tus gestos y dialectos, la panadería, levantarte a la mañana y poder ir a comprar criollitos y facturas”, afirma.

Con sus amigos de toda la vida, durante unas vacaciones en la costa argentina

Con sus amigos de toda la vida, durante unas vacaciones en la costa argentina

Cuando piensa en San Francisco y sus particularidades, recuerda la costumbre de las largas siestas. “Ver a mi viejo volver del laburo esperando ese ansiado momento, ir a buscar a mi vieja al trabajo para sus 45 min de almuerzo y ver las calles vacías y los locales cerrados, fue algo que para mí era normal hasta que me fui a estudiar fuera de la ciudad”.

Desde que se fue, hace tres años, Otto regresó a San Francisco en dos oportunidades pero la primera vez se quedó sólo tres semanas que pasaron muy rápido y no llegó a tomar real dimensión de las diferencias culturales. La segunda visita fue en el último verano, y asegura que en esa oportunidad sí quedó impactado con muchas de las cosas que pudo observar. “Una de las que más me afectó es la imprudencia con la que conducen, no hay respeto por los semáforos, es moneda corriente ver pasar a los autos y motos en rojo. Otros aspectos fueron los precios y la intolerancia social. Mucha gente ha perdido la capacidad de soportar las opiniones y elecciones del prójimo y se manifiesta de manera agresiva e irrespetuosa. Esta conducta no permite una buena convivencia. Como sociedad tenemos que empezar por aceptar las diferencias y ser conscientes de que a partir de las ellas y mediante el diálogo se puede construir”, reflexiona.

A pesar de que gran parte de sus afectos están en San Francisco, por el momento no piensa en la posibilidad de regresar, ya que se encuentra en un presente a pura búsqueda de nuevas experiencias que esta ciudad no podría satisfacer.

Su experiencia en Nueva Zelanda le sirvió para aprender mucho; desde las cuestiones más cotidianas hasta las más profundas. Adquirió nuevas costumbres como dividir los residuos y usar el cinturón de seguridad en el auto apenas se sube, perfeccionó mucho su inglés y conoció nuevas culturas conviviendo con personas de países que ni siquiera sabía que existían. Además cuenta que desarrolló su curiosidad por la música y la literatura. “Aprendí también a conocerme a mí mismo, uno se descubre desde otras perspectivas ya que estás expuesto constantemente a nuevos estímulos. El mundo se me hizo más chico”.

Otto, al igual que muchos de aquellos que dejaron la seguridad del hogar atrás, sabe que el temor está muchas veces presente en la búsqueda de algo nuevo “El ser humano le teme a lo desconocido y a la opinión social. Si existe el deseo y la convicción y el miedo pasa a ser un aliado, se darán cuenta que, del otro lado, la experiencia rompe con todos los esquemas. La mía en particular fue y sigue siendo algo totalmente increíble, fuera de los parámetros que me imaginaba. Tener la posibilidad de vivir en otro país enriquece como persona, se crece, se aprende siempre algo nuevo”, finaliza.

Por Julieta Balari.

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