Yo soy el Rey o el León y el Viejo Sistema
OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF
Volvió la política del estómago: creer antes que entender. Y en el reverso de esa energía se ubican los perdedores del rugido.
“Hola a todos, yo soy el león.” Con esa frase, tomada de Panic Show, Javier Milei decidió encarnarse como una bestia libertaria que irrumpe en la avenida, provoca pánico y exige reconocimiento como rey. No es una presentación: es una declaración de soberanía. En una Argentina agotada de líderes que prometen y no cumplen, su rugido sonó más sincero que cualquier discurso razonable pronunciado desde un atril.
Max Weber hablaría de dominación carismática: la obediencia que se sostiene en la fe antes que en las instituciones. Ernesto Laclau diría que el populismo triunfa cuando logra traducir el deseo colectivo, incluso cuando ese deseo es apenas un grito. Y el grito de hoy es furia: contra el Estado-paquidermo, contra la casta que se reproduce sin pudor, contra la humillación económica que parece eterna. Milei, con su estética de outsider absoluto, encarna el espíritu de época: velocidad, irreverencia, autenticidad brutal.
No sorprende entonces que los ganadores de esta elección sean quienes ya habían renunciado a la política tradicional. Los jóvenes digitales, que crecieron sin asistir a una sola marcha partidaria, encontraron en Milei una voz sin traductores: directa, emocional, impaciente. También ganaron quienes viven sintiéndose rehenes del Estado: emprendedores, profesionales, influencers, empresarios que creen que el sistema les exige mucho y devuelve poco.y los que viven o buscan irse al exterior pensando que el país no les da oportunidades Y por supuesto ganó el núcleo libertario que rodea al Presidente —Karina Milei y Santiago Caputo—, arquitectos de un movimiento donde el shock no es accidente, sino método. Volvió la política del estómago: creer antes que entender.
En el reverso de esa energía se ubican los perdedores del rugido.
El establishment político y económico que se acostumbró a que el Estado le provea protección, empleo o salvatajes ya no puede disimular su dependencia. El peronismo y el sindicalismo que intentan sostener las conquistas del pasado con silencios cobardes, pero sin épica alternativa ni oferta de futuro.
La oposición tradicional tampoco entendió que el país ya no premia la moderación: cuando el enojo es absoluto, la tibieza equivale a traición. Y los viejos rituales partidarios —las internas, los sellos, la liturgia— envejecieron de golpe: la Argentina post-2023 ya no tolera psicodrama de comité.
El choque central del momento puede ser el León, que quiere destruir al Estado que considera un parásito, contra el Sistema, que no puede sobrevivir sin ese Estado. Es una pelea a todo o nada: uno tiene que comerse al otro.
La historia, siempre obstinada, deja advertencias. Menem quiso modernizar el país y terminó demolido por lo que había construido. Macri quiso cambiar sin romper nada y quedó atrapado en la tibieza que prometió evitar. El kirchnerismo intentó incluir, pero acabó aislado en su propio dogma y rodeado de los mismos nombres de siempre con corrupcion y negociados .
Milei no quiere seguir administrando un sistema que considera fracasado; quiere terminarlo de golpe (ponerle el cajon al kirchnerismo ). Pero la motosierra tiene un problema: si corta demasiado rápido, también rompe los puentes que necesita para avanzar.
Argentina está exhausta de futuros que nunca llegan. Cada crisis nos vendió un salvador que terminó pidiendo disculpas. Por eso hoy se premia la ruptura, aunque duela. Milei tiene una oportunidad histórica: una sociedad dispuesta a sufrir para cambiar, un sistema desnudo sin legitimidad, un nuevo sentido común que afirma —con brutal simpleza— que romper es mejor que repetir. Pero hay una condición insoslayable: el líder que destruye debe demostrar que sabe construir. El rugido es útil en campaña; en el gobierno, se exigen resultados.
Milei puede ser el león que domó la decadencia, o el rey fugaz que devoró a su propia manada. El duelo entre el León y el Sistema está en marcha y su botín es la Argentina. El riesgo es que, mientras se disputan la presa, el país siga sangrando.
“La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces”. Winston Churchill.
