Política

La patria atada con alambre

OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF

“Lo atamos con alambre” podría ser el lema invisible que define a la Argentina contemporánea. No hay frase que describa mejor la cultura política del parche, la improvisación elevada a método y la oratoria que reemplaza a la gestión. Somos un país que ha aprendido a sobrevivir más que a planificar, a resistir más que a construir.


“Lo atamos con alambre” podría ser el lema invisible que define a la Argentina contemporánea. No hay frase que describa mejor la cultura política del parche, la improvisación elevada a método y la oratoria que reemplaza a la gestión. Somos un país que ha aprendido a sobrevivir más que a planificar, a resistir más que a construir.

Cada tanto reaparece el espejismo de un futuro promisorio. Hoy, el Gobierno intenta convencernos de que la salvación vendrá de la mano de los Estados Unidos, de los dólares que llegarán —en algún momento—, del litio, de la energía o de las tierras raras. Pero la mayoría de los argentinos sigue contando monedas para llegar a fin de mes.

La distancia entre el relato y la realidad se transformó en un abismo moral. Porque el ciudadano no se alimenta de promesas ni de conferencias: come, sueña, intenta educar a sus hijos y sufre en presente.

La campaña electoral, que debería ofrecer esperanza, solo exhibe pobreza conceptual. No hay ideas, no hay rumbo, no hay sensibilidad. Los candidatos parecen competir en un certamen de “narrativas de stock” sacadas de la góndola. La Argentina está en crisis, pero lo más grave es que también lo está su clase dirigente.

La política perdió la capacidad de pensar el país más allá de la próxima encuesta. Y cuando la política deja de pensar, la sociedad deja de creer.

En este escenario, el Congreso que pronto elegiremos amenaza con repetir el fracaso: una galería de reciclados, streamers, oportunistas, vedettes y actores. Y, como si eso fuera poco, también se reciclan los cómplices de la decadencia de los últimos treinta años. Personajes con pasado gris o dudoso que vuelven a la escena sin rubor.
Del lado del oficialismo, el panorama no es mejor: desorden, soberbia e improvisación. Una estructura armada, sin método ni criterio, apenas juntando dirigentes “rascando el fondo de la olla”. Hoy juran lealtad, pero ante la primera señal de conflicto huyen como ratas por tirante.

No hay liderazgo: hay casting. Tampoco hay estadistas: solo celebridades momentáneas.

Mientras tanto, la ciudadanía observa desde la platea. Y no todo en la sociedad es contrato (Durkheim), porque la confianza también es vital. Jubilados que sobreviven con vergüenza, pymes en conflicto, jóvenes que pierden el norte, cuentapropistas que apenas resisten. Todos ellos esperan algo más que consignas. Esperan respeto. Esperan que alguien los mire a los ojos y les diga que cuentan, que son parte del país y no una estadística descartable en una planilla de Excel.

La responsabilidad política no es una consigna: es un deber ético. La reconstrucción no se logrará con nuevos préstamos ni con discursos mesiánicos.
Gane quien gane, el verdadero desafío será volver a poner en marcha al país real: el que trabaja, el que produce, el que crea.

Necesitamos un Estado que se nutra de talentos, no que los estrangule. Que deje de castigar al que intenta y de premiar al que especula. Que entienda que el desarrollo no depende del dólar, sino de la confianza, la educación y el respeto. Un país que facilite la vida a quienes construyen. Porque el talento argentino no está en crisis: lo está el sistema que lo ahoga.

Ya debería estar claro que la Argentina no necesita héroes ni iluminados. Necesita dirigentes responsables, humildes y predecibles. Gente que entienda que gobernar no es provocar, sino construir. Que la estabilidad no se declama: se fabrica con esfuerzo, coherencia y decencia.

Y sin dar ideas, con la calidad de representantes que hoy proponen los partidos —más atentos a la fama que a la formación—, no sería extraño que algún iluminado ya esté pensando en postular a Fabiola Yáñez, de regreso en el país, para las próximas elecciones, bajo un eslogan conmovedor: “He vuelto para tomar revancha y construir algo nuevo.”

Ese día, ni el alambre nos va a salvar.

“Las naciones no perecen por el fuego enemigo, sino por la corrupción de sus costumbres y la mediocridad de sus dirigentes.”
Alexis de Tocqueville

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Eduardo Reina

Consultor especializado en Comunicación Institucional y Politica, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político. Universidad del Salvador, USAL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Actual Presidente Tres Cuartos Comunicación y es Docente Universitario. Anteriormente fue Vicepresidente de Estudio de Comunicacion, multinacional española que figura entre las 10 empresas del ranking de Merger Market de empresas Europeas. www.eduardoreina.com