La empanada, el Tedeum y la verdad como campo de batalla
OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF
Argentina necesita urgentemente salir del loop del enfrentamiento y empezar a ensayar el acuerdo. Podremos entender esto ahora, o el futuro seguirá siendo una misa a la que solo asisten los ausentes.
En muchos países latinoamericanos con gobiernos de tinte autoritario —sean de izquierda o de derecha— se recurre al mismo manual: distorsionar la realidad desde el poder para imponer una «verdad oficial». El precio de una empanada puede parecer un detalle menor, pero encierra una lógica peligrosa. Si un ministro dice que vale 20.000 pesos, aunque en la práctica cueste 42.000, esa distorsión repetida desde el poder intenta reemplazar la experiencia cotidiana del ciudadano. Es una forma de violencia simbólica: negar la realidad evidente, imponer una narrativa única y deslegitimar la percepción individual.
Este mecanismo no es nuevo. George Orwell lo describió con precisión en 1984: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza.” La mentira sistemática como forma de dominación. Cambian los relatos, pero no los métodos. Y eso agudiza la grieta.
En Argentina, sin embargo, seguimos profundizando una grieta que ya no es solo política, sino social, institucional y hasta espiritual. La reciente ceremonia del Tedeum lo dejó expuesto con crudeza: el presidente Javier Milei ingresó a la Catedral Metropolitana sin saludar a su vicepresidenta, Victoria Villarruel, ni al jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri. Un gesto innecesario, agresivo y fuera de lugar, que reafirma que el conflicto es su lenguaje preferido.
Frente a ese escenario, el arzobispo Jorge García Cuerva ofreció un mensaje valiente y profundo. Habló de los jubilados olvidados, de los que no llegan a fin de mes, del dolor silencioso que recorre los márgenes de una sociedad fracturada. Pero también advirtió sobre el “terrorismo de las redes sociales”, esa forma moderna de violencia que disfraza el odio de libertad y el insulto de valentía.
Mientras la Iglesia llama al diálogo, el presidente responde con desplantes. Mientras se pide escuchar a los más débiles, el poder se encierra en su burbuja de soberbia.
Me gustaría tomar como ejemplo lo que sucedió en España, donde el populismo de Sánchez utiliza los medios para imponer una narrativa de normalidad, a pesar de que está llevando adelante un gobierno sostenido con dificultad y cuestionado por casos de corrupción e ineficiencia.
Alli mismo ,la semana pasada, Felipe González y José María Aznar —dos figuras históricamente opuestas— expusieron y debatieron sin destruirse. Se unieron para defender la centralidad democrática frente a la polarización. “No puede ser que militemos en la destrucción del contrario”, advirtió Aznar. González fue igual de claro: “En nuestra visión de la democracia no estábamos en los extremos”. Esas palabras, dichas con la serenidad que da el tiempo y la responsabilidad histórica, deberían resonar con fuerza en nuestro país.
En Argentina se ha instalado una política de la desunión. La política se ha convertido en un campo de batalla, donde cada palabra busca herir, cada decisión divide, cada gesto excluye.
Y ahí aparece la grieta como una enfermedad nacional: no se puede construir nada duradero porque todo está contaminado por la sospecha. Si una medida la propone “el otro”, entonces es mala, aunque nos beneficie. Si un gesto viene del “enemigo”, se lo desacredita aunque sea necesario. La grieta no solo divide: empobrece, aísla, degrada el debate y alimenta un círculo vicioso de frustración y desconfianza.
La centralidad no es una zona tibia ni una rendición: es una trinchera contra los extremos, una apuesta por la sensatez, la empatía y la convivencia. España nos da el ejemplo desde la política. La Iglesia argentina lo pide desde el púlpito. El ciudadano común lo clama desde el silencio de su cansancio.
Argentina necesita urgentemente salir del loop del enfrentamiento y empezar a ensayar el acuerdo. Podremos entender esto ahora, o el futuro seguirá siendo una misa a la que solo asisten los ausentes.