Kirchnerismo y PSOE: el arte de fingir demencia
OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF
Kirchnerismo y PSOE viven del relato y de la polarización. Les conviene un adversario fuerte al que acusar de todos los males. Les conviene que la discusión pública se convierta en una guerra de bandos, para no tener que rendir cuentas por lo esencial: la gestión.
Pedro Sánchez se siente cómodo lejos de España, donde no tiene que dar explicaciones sobre los escándalos de corrupción que salpican su propia casa. Mientras tanto, en su país, buena parte de su propio partido —el PSOE— lo desprecia, incluidos históricos como Felipe González, difícilmente calificable de opositor. Desde la extrema derecha hasta sectores socialistas piden su salida.
Pese a ello, Sánchez celebra con entusiasmo el fallo del Tribunal Constitucional, que ha rechazado el recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular. La corte de garantías ha necesitado tres jornadas de deliberación y una de conclusión para dictar su resolución. En Ferraz, muchos socialistas valoran la postura firme del presidente en la OTAN y festejan el triunfo jurídico, aunque son conscientes de que aún queda pendiente el veredicto definitivo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
“Sacamos la cabeza, marcamos posición y cambiamos el foco de estos últimos días”, piensan muchos en el PSOE, conscientes de la utilidad política de esta victoria momentánea. Mientras tanto, sigue latente la crisis provocada por el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil sobre Santos Cerdán, figura clave en el engranaje socialista. Para muchos, en el Gobierno, el alivio judicial ha sido un oxígeno inesperado que les permite aplazar esa preocupación hasta la próxima semana. En un Ejecutivo agobiado y duramente criticado tanto por propios como por ajenos, ganar una semana sin sobresaltos es, hoy por hoy, un triunfo en sí mismo.
En paralelo, los representantes del PSC, encabezados por Salvador Illa, presionan cada vez más en el marco de una negociación que muchos califican de extorsiva por parte de los sectores independentistas catalanes. Ahora exigen ampliar los indultos a otros implicados en la revuelta y en el sueño independentista.
La Unión Europea, por su parte, observa con preocupación el rumbo errático de Sánchez, especialmente tras sus recientes roces con Donald Trump, que han abierto un nuevo frente en la ya compleja agenda internacional del presidente español.
Hay algo casi hipnótico en observar las estrategias políticas del kirchnerismo en Argentina y del PSOE de Pedro Sánchez en España. Dos geografías distintas, dos contextos diferentes, pero un mismo ADN político: la habilidad para no reconocer errores, mantener el gesto imperturbable y, mientras el país se hunde en sus propios problemas, desplegar sonrisas y retóricas grandilocuentes.
El kirchnerismo, con Cristina Fernández de Kirchner como su figura más icónica, ha perfeccionado el arte de construir relatos. No importa que la inflación devore salarios, que la corrupción campee en expedientes judiciales o que la pobreza golpee cada vez a más argentinos: siempre hay un enemigo externo o interno al que culpar. La autocrítica no existe. Y cuando la realidad se vuelve demasiado incómoda, se recurre a la épica, a la victimización o, directamente, a la negación.
En España, el PSOE de Pedro Sánchez se mueve con una lógica sorprendentemente parecida. Rodeado de escándalos de corrupción, con la economía tensionada y el tejido social cada vez más fracturado, Sánchez prefiere la estrategia del “aquí no pasa nada”. Se aferra al poder con pactos frágiles y discursos grandilocuentes sobre progreso y derechos, mientras esquiva las preguntas incómodas sobre su entorno político. Su estilo es idéntico al de Sergio Massa en el peronismo: siempre sonriente, siempre componedor, siempre dispuesto a prometer soluciones que nunca llegan.
Massa, como Sánchez, es el político del “sí, pero no”. Habla de estabilidad mientras firma políticas que terminan hundiendo las cuentas públicas. Son rostros amables que tranquilizan a los mercados un día, pero dejan a la ciudadanía con la sensación de que todo es pura fachada. Ambos cultivan esa “cara de piedra” que les permite seguir adelante como si la realidad no los rozara.
Kirchnerismo y PSOE viven del relato y de la polarización. Les conviene un adversario fuerte al que acusar de todos los males. Les conviene que la discusión pública se convierta en una guerra de bandos, para no tener que rendir cuentas por lo esencial: la gestión.
Entre la retórica progresista y el ejercicio implacable del poder, ambos proyectos políticos se parecen más de lo que sus seguidores quisieran admitir. Al final, tanto en Buenos Aires como en Madrid, se sigue esperando algo básico: políticos que dejen de fingir demencia y empiecen a resolver problemas.