Política

Entre el silencio y la decadencia: el peronismo ante su hora más oscura

OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF

Dividido entre la nostalgia de sus orígenes y la administración de la pobreza, el justicialismo atraviesa una crisis de sentido que pone en duda su rol histórico. Mientras el gobierno de Javier Milei enfrenta denuncias de corrupción, el viejo movimiento opta por callar y sobrevivir.


Entre el silencio estratégico y la decadencia doctrinaria, el justicialismo atraviesa su peor crisis. Dividido entre los nostálgicos que invocan a Perón y los dirigentes que administran la pobreza, un movimiento que alguna vez fue motor del progresismo nacional parece haber perdido el alma que lo sostuvo durante más de siete décadas.

El peronismo logró una unidad precaria —pero imprescindible— para subsistir y enfrentar las elecciones legislativas del 26 de octubre, que el presidente Javier Milei pretende convertir en un plebiscito sobre su gestión. Esa cohesión, más forzada que entusiasta, se sostiene sobre una certeza compartida: esta vez, lo mejor es no hablar. Cuanto menos se recuerde a Sergio Massa y Alberto Fernández, al “plan platita”, a la congelación de tarifas, al aumento del gasto en subsidios a los combustibles, a los bonos para sectores específicos o a la eliminación del impuesto a las Ganancias para la mayoría de los asalariados mejor pagos, mejor.

Después de años de discursos encendidos y fracturas internas, el peronismo comprendió que su papel en esta escena era otro. El país observa con desconcierto cómo el gobierno libertario, que había hecho de la moral pública una bandera y de la “casta” su enemigo, se enfrenta ahora a acusaciones de corrupción que golpean el corazón de su propio relato. Como dicen vulgarmente, “se pegó un tiro en el pie”; o, como grafican en España, “le sale un hongo nuevo todos los días”.

Las denuncias sobre presuntos pedidos de coimas que involucran a funcionarios cercanos a Milei y a su hermana pusieron en jaque la narrativa del “cambio moral”. De pronto, quienes prometían limpiar la política quedaron atrapados en las mismas sombras que antes señalaban. El peronismo, tantas veces blanco de esas acusaciones, entendió que el momento exigía algo inusual: silencio.

No fue prudencia republicana, sino cálculo político. Esta vez, las explicaciones no le correspondían al justicialismo, sino a quienes construyeron el desprecio hacia todo lo que el peronismo representaba. El espectáculo del poder explicando su propia contradicción era demasiado valioso como para interrumpirlo. “Si el enemigo se equivoca, no lo distraigas”, frase atribuida a Napoleón Bonaparte.

Sin embargo, ese silencio también es síntoma. La falta de reacción revela un movimiento sin brújula, más concentrado en administrar su decadencia que en reconstruir su identidad. Lo expresó con precisión Martín Rodríguez, de la revista Panamá: “El kirchnerismo y la disciplina política han engendrado personas a granel dispuestas a pensar por debajo de sus capacidades.”

Esa frase condensa el drama de un peronismo que renunció a pensar con libertad. Durante décadas fue una usina de cuadros, ideas y programas —muchos de los cuales hoy están en el PRO, en La Libertad Avanza o entre gobernadores pragmáticos—. Hoy es una estructura cansada, que repite consignas y conserva territorios a fuerza de subsidios. Muchos plantean que “el peronismo de antes creaba trabajo, mientras que el de ahora creó vagos”.

En los barrios populares —donde el peronismo fue raíz, abrigo y orgullo— la tensión es palpable: unos trabajan, otros cobran por no hacerlo; algunos reciben asistencia, otros no; y todos conviven dentro de un sistema que ya no promete progreso, sino supervivencia. El kirchnerismo consolidó esa transformación: de una cultura del trabajo a una cultura de la demanda.

Lo que alguna vez fue una ética del esfuerzo se degradó en una economía de la queja. El mérito incomoda, la dependencia se institucionaliza y la política se reduce a gestionar carencias. En lugar de promover la movilidad social, el peronismo aprendió a administrar la inmovilidad. Esa es su verdadera tragedia: haber pasado de ser un movimiento de liberación a un sistema de contención; de ser un sueño colectivo, a una maquinaria de supervivencia.

En paralelo, aparecieron los “salvadores del peronismo”: dirigentes que, frente al vacío, invocan la mística perdida. Los llamados “históricos de Perón”, los nostálgicos de los años setenta o del orden verticalista, resurgen con discursos de museo. Guillermo Moreno y otros tantos pretenden rescatar la raíz de un árbol que ya no da sombra, aferrados a un ideario que el tiempo volvió anacrónico. Divididos, se disputan la custodia simbólica de un legado que ya no conmueve ni a sus herederos.

El resultado es un movimiento encapsulado en su pasado, que ya no interpela a la clase media ni seduce a los trabajadores. Su narrativa quedó congelada entre el mito fundacional y el asistencialismo sin horizonte.

Lo más grave no es su declive electoral, sino su decadencia moral e intelectual. Las nuevas generaciones de militantes repiten sin cuestionar; los dirigentes prefieren obedecer antes que pensar; y los cuadros que alguna vez debatieron modelos de país hoy administran programas sociales o cargos simbólicos.

El peronismo que alguna vez cambió la historia hoy espera que la historia lo salve. Reza por los errores de Milei, como antes esperó el derrumbe de Mauricio Macri, pero sin ofrecer una alternativa propia. Porque ya no sabe qué decir ni a quién representar.

Ya no hay épica, ni doctrina, ni rebeldía: solo una liturgia vacía. El peronismo, que alguna vez movilizó a los obreros y desafió al establishment, hoy sobrevive como una marca política que no lidera, sino que acomoda su supervivencia.

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Eduardo Reina

Consultor especializado en Comunicación Institucional y Politica, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político. Universidad del Salvador, USAL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Actual Presidente Tres Cuartos Comunicación y es Docente Universitario. Anteriormente fue Vicepresidente de Estudio de Comunicacion, multinacional española que figura entre las 10 empresas del ranking de Merger Market de empresas Europeas. www.eduardoreina.com