Política

El comienzo del fin del kirchnerismo y la hora de la verdad para el peronismo

OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF

El juicio que ahora comienza no es solo un proceso judicial: es un acto simbólico. Representa la caída del mito, el fin de la inmunidad política y el desenlace inevitable de una historia que confundió justicia social con acumulación patrimonial. El kirchnerismo terminó siendo una maquinaria que usó al Estado como escudo y a la militancia como excusa.


Hay momentos en los que la historia se detiene para mirarse y reflexionar . Hoy, la Argentina vive uno de ellos. Comienza un juicio que puede marcar no solo el destino judicial de Cristina Fernández de Kirchner, sino también el cierre simbólico de un ciclo político que definió dos décadas del país: el kirchnerismo.

Lo que está en juego no es una simple causa penal. Es mucho más que eso: una radiografía moral de un modelo de poder que entrelazó política, negocios y Estado en una sola maquinaria. Desde 2003, esa estructura operó con disciplina vertical, lealtades compradas y una visión del dinero no como herramienta, sino como fetiche. El dinero fue poder y placer.

El kirchnerismo nació de las cenizas de la crisis de 2001. Néstor Kirchner ofrecía orden en medio del caos y autoridad frente al vacío. Con pragmatismo, audacia y control, devolvió al Estado su protagonismo. Los primeros años estuvieron marcados por la recuperación económica, la reindustrialización, las políticas sociales y un discurso épico que sedujo a una sociedad exhausta. Pero el sueño se fue deformando. La épica se transformó en dogma y el dogma en impunidad.

El poder dejó de ser un medio para transformarse en un fin en sí mismo. Lo que comenzó como una corriente reformista se volvió un sistema cerrado, donde la lealtad importaba más que la capacidad y la obediencia reemplazó al pensamiento. La corrupción no fue una desviación ocasional: fue el centro del sistema. El Estado, la obra pública y las empresas amigas se integraron en una economía paralela que busco permanentemente la acumulación de poder.

Entre bóvedas, cajas fuertes y bolsos repletos de dólares, el kirchnerismo mostró su rostro más obsceno. La madrugada en la que José López arrojó millones contra los muros de un convento no fue un accidente: fue una epifanía. La imagen de un poder ebrio de sí mismo, preso de su propio fetichismo. La riqueza mal habida ya no era vergüenza, sino trofeo.

El juicio que ahora comienza no es solo un proceso judicial: es un acto simbólico. Representa la caída del mito, el fin de la inmunidad política y el desenlace inevitable de una historia que confundió justicia social con acumulación patrimonial. El kirchnerismo terminó siendo una maquinaria que usó al Estado como escudo y a la militancia como excusa.

El peronismo, como movimiento, carga con su responsabilidad. No todos fueron corruptos, pero la mayoría eligió mirar hacia otro lado. Cuando Néstor Kirchner asumió, el justicialismo estaba desorientado. Él le devolvió fondos, poder y presencia territorial. Gobernadores e intendentes lo aceptaron como salvador, y en lugar de poner límites, eligieron la conveniencia. Así, el pragmatismo se volvió sumisión.

Durante años, los líderes del partido aceptaron que el poder se concentrara en una sola familia política. Cristina Kirchner llevó al extremo esa lógica de control: colonizó el Estado, disciplinó a la justicia y vació al peronismo de debate. El resultado fue un partido anestesiado, incapaz de autorregularse, atrapado entre la nostalgia y la obediencia.

Hoy, los mismos que callaron buscan despegarse. Hablan de renovación, de reconstrucción, de “volver a las fuentes”. Pero el problema no es de nombres, sino de principios. Porque cuando la conveniencia reemplaza a la ética, lo que se destruye no es solo un movimiento político, sino la credibilidad de la política misma.

La generación que debía encarnar la renovación —La Cámpora, con Máximo Kirchner a la cabeza— se agotó antes de madurar Su militancia, más preocupada por custodiar el legado que por construir el futuro, quedó atrapada en un discurso anacrónico que ya no conmueve ni cree a nadie.

El juicio que se inicia marcará el principio del fin del kirchnerismo como lo conocimos. Más allá del resultado judicial, el proceso reflejara una época entera: la de la política como negocio y del dinero como símbolo de triunfo. Los liderazgos carismáticos no se derrumban de golpe; se disuelven, pierden magnetismo, se vuelven recuerdo.

Cristina Kirchner enfrenta su ocaso político. Aislada, sin poder real, rodeada de causas y nostalgias, observa cómo el mismo movimiento que la idolatró comienza a pedir su retiro. Ya no por rebeldía, sino por supervivencia. El peronismo, si pretende seguir siendo una fuerza de gobierno, deberá soltar el pasado y reencontrarse con la ética. De lo contrario, quedará reducido a la sombra de su peor versión.

El kirchnerismo fue un fenómeno político y cultural Construyó un relato poderoso, pero también un sistema de corrupción institucionalizada. Su legado combina inclusión social con degradación moral; justicia social con clientelismo; soberanía con autoritarismo. El éxtasis entre cajas fuertes y billetes como fetiche simboliza ese final. El éxtasis del poder sin límites, del dinero como tótem, del Estado como botín. Y como todo éxtasis, lleva implícita la caída.

Argentina asiste al cierre de una era. Lo que viene después dependerá de la capacidad del país —y del peronismo en particular— de aprender la lección

El juicio que empieza no juzga solo a personas, sino a un modelo de poder. Es el intento de un país por recuperar su dignidad.
Quizás no estemos presenciando la caída de Cristina Kirchner, sino algo más profundo: el fin de una forma de hacer política.

El kirchnerismo, como lo conocimos, ya no volverá.
Y si algo deja como enseñanza, es que ningún proyecto político puede sobrevivir cuando su fetiche deja de ser el pueblo y pasa a ser el dinero.

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Eduardo Reina

Consultor especializado en Comunicación Institucional y Politica, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político. Universidad del Salvador, USAL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Actual Presidente Tres Cuartos Comunicación y es Docente Universitario. Anteriormente fue Vicepresidente de Estudio de Comunicacion, multinacional española que figura entre las 10 empresas del ranking de Merger Market de empresas Europeas. www.eduardoreina.com