Será hora de que hable Karina Milei
OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF
La corrupción atraviesa gobiernos, partidos y sistemas judiciales. En Argentina, el escándalo por los medicamentos vuelve a exponer un entramado de privilegios e impunidad. En ese tablero, el silencio de Karina Milei empieza a pesar tanto como las acusaciones.
La corrupción, en mayor o menor grado, ha existido siempre en la gestión de los asuntos públicos. No hay época, sistema político, cultura o religión que no haya estado manchada por este mal. El Código de Hammurabi (1750 a.C.) ya establecía duras penas contra los gobernantes corruptos, aunque su eficacia fue nula. Cicerón construyó su carrera denunciando la avaricia de Verres, quien se enriqueció a través de sobornos y saqueos durante su gobierno en Sicilia.
Ni siquiera el Vaticano escapó a la mancha: basta recordar el caso de Marcinkus y el Banco Ambrosiano, sentenciado por haber invertido de manera indebida 200 millones de dólares de la Santa Sede en un fondo de cobertura italiano. La historia es clara: la corrupción es global, atemporal y resistente a los castigos.
En democracia, sin embargo, sus efectos resultan aún más devastadores. El funcionario corrupto utiliza potestades públicas en beneficio propio o de terceros. El resultado es siempre el mismo: desprestigio de la política, desconfianza ciudadana y mercados distorsionados por privilegios e ilegalidad.
El caso argentino es un espejo de este patrón. 530 millones de dólares en medicamentos durante 2025 , unos 11 dólares que cada ciudadano aporta pensando en el bien común, hoy están bajo investigación. Un fiscal analiza los pagos a la Droguería Suizo Argentina por posibles sobornos. Lo que debía ser un acto de solidaridad colectiva pudo terminar convertido en un negocio privado. Poco importa si la responsabilidad recae en la Presidencia o en el Ministerio de Salud; al fin y al cabo, ¿acaso Cristina Kirchner no está procesada por corrupción en la obra pública?
Mientras tanto, desde la política abundan los insultos: “cárcel o bala”, “inútiles, simios y ensobrados”. Pero esas bravuconadas olvidan lo esencial: ética y moral. Yo mismo hubiera apostado a un Milei dispuesto a inmolarse para romper los viejos paradigmas de gobiernos ineficaces y populismos baratos. Sin embargo, hoy lo vemos enfrentando una de las corrupciones más grandes de los últimos tiempos, atrapado en las mismas mañas que juró destruir.
El problema no se agota allí. La impunidad es la otra cara del sistema. La existencia o ausencia de corrupción depende, en gran medida, de la independencia judicial. Cuando los jueces se nombran y negocian como favores, el sistema judicial deja de ser árbitro y se convierte en apéndice del poder político. Lo mismo ocurre con el sistema de partidos. Tal como funciona hoy, no está pensado para erradicar la corrupción, sino para administrarla. La relación entre poder político, financiación, estructuras institucionales y reparto de cargos es demasiado estrecha como para negarlo. Los partidos reparten poder con la misma ligereza con la que reparten promesas en campaña.
En este contexto de sospechas, operaciones y desconfianza, aparece un nombre clave: Karina Milei. Después de todo lo que se dijo y circuló desde que ella. Apreció en escena (caso Libra , venta de lugares en listas por dinero etc ), qué espera para dar la cara. ¿No será hora de que salga de esa jaula de cristal y explique quiénes son los responsables de esta supuesta ¨Monumental operación Politica¨ , como la define el propio gobierno en boca de Martin Menem ? Ningún ministro, ningún funcionario de segunda línea tendría más contundencia que ella. Karina Milei no solo es la hermana del Presidente: es la arquitecta de la estructura política de La Libertad Avanza, la que sostuvo la maquinaria partidaria con disciplina quirúrgica y la que logró darle personería nacional al espacio.
Su palabra, en este momento, no sería un gesto más: sería un acto de credibilidad. Si hablara, marcaría un antes y un después en el relato oficial. Su intervención podría llevar calma a los propios, ordenar a los aliados y neutralizar a la oposición que aprovecha cada vacío de poder. En pocas palabras: ella es la única que puede blindar políticamente a su hermano y, al mismo tiempo, asegurar el horizonte electoral.
Sin embargo, hasta ahora guarda silencio. Prefiere delegar vocerías en los Menem, con todo lo que ese apellido implica: el recuerdo de la casta de los años 90, las privatizaciones y los negocios de dudosa procedencia. En términos simbólicos, es un error: no se puede construir un discurso de pureza política con voceros que remiten al pasado más cuestionado.
El riesgo de este silencio es alto. En la Casa Rosada crece el temor a lo desconocido y a lo incierto: no controlan a Spagnuolo ni las filtraciones que aparecen a diario en forma de audios. Cada nuevo rumor erosiona más la frágil estructura de poder.
La corrupción no es un accidente: es un sistema que se retroalimenta de la fragilidad institucional, de partidos que negocian con la misma lógica con la que distribuyen ministerios, y de una justicia que a menudo actúa como garante de la impunidad. El gobierno no comprende que la credibilidad es un capital finito. Y hoy, ese capital depende —más que nunca— de la decisión de una sola persona: Karina Milei.
Para desarmar una operación, no alcanza con frases altisonantes ni con amenazas de bala, solo vale enfrentarlas y poner la cara
“La corrupción es peor que el pecado. El pecado se perdona, la corrupción no deja espacio para el arrepentimiento.” (Papa Francisco)