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Adios al último campeón

“Lole”, su apodo de la niñez, prácticamente fue su decisión. Su papá tenía un criadero de chanchos y a Carlos le encantaba estar ahí, al punto que no veía la hora de salir del colegio para ir a ver a “lo’lechone’”.

Y como no podía ser de otra manera, tenía que ser el día 7 del mes 7, ese número que tanto lo acompañó en su carrera deportiva. Su paso por Brabham –equipo cuyo dueño fue Bernie Ecclestone, “el hombre que inventó la Fórmula 1”−, cuando decidió competir en el Rally de Argentina, allá por 1980, cuando se corrió en Tucumán con ese blanco inmaculado Fiat Abarth 131.

Sí, “Lole” pilotó autos de Rally, antes, durante y después de su paso por la Fórmula 1, y nunca desentonó. De hecho, es el único piloto de la historia de la Máxima que hizo podio en el Campeonato del Mundo de Rally. Además de Tucumán 80’, Carlos se dio el gusto de repetir una actuación magnífica en 1985 a los mandos del todopoderoso Peugeot 205 T16. Dos carreras, dos podios.

El debut del santafesino en Fórmula 1 causó sensación. En el GP de Argentina 72’ paró el cronómetro antes que nadie y se unió al exclusivo club de debutantes con poles possitions, cuyos miembros son sólo 4: “Nino” Farina (1950), Mario Andretti (1968), “Lole” (1972) y Jacques Villeneuve (1996).

Su paso por Brabham duró cinco años, pero el recuerdo de Argentina 74’ quedó grabado en la retina de todos los asistentes al Coliseo Porteño. Era una fiesta. Con más de 20 segundos de ventaja –una eternidad− “Lole” y su Brabham volaban hacia la victoria. Durante 50 de las 53 vueltas pactadas, era inalcanzable, pero algo pasó. Y no, no fue la toma de aire que venía cayendo. Hay que derrumbar mitos. El mismísimo “Lole” reconoció que el problema no fue ese el problema que lo hizo abandonar, sino un error de los mecánicos de Brabham, que no pusieron el combustible suficiente en su bólido antes de largar.

Pero el trago amargo quedó atrás más rápido de lo pensado. El 30/03/1974, en Kyalami, el santafesino tuvo su bautismo y por primera vez ganó en Fórmula 1. Por aquellos años, el deporte era muy distinto. Todo cambió. Hoy la máxima categoría del deporte motor presenta un escenario de perfección absoluta, casi empalagante, donde difícilmente algo pueda salir mal.

Pero a mediados de los 70’s, la realidad era distinta. Y entre los destacados de la época, había un austríaco que cambió el deporte para siempre. Su profesionalismo, dedicación y talento pocas veces se había visto. Su nombre era Niki Lauda, y desde Sudáfrica 74’, las historias de Niki y Carlos quedarían ligadas para siempre.

El “zorro” de Niki había hablado con el banderillero que indica el comienzo de la carrera para que le avisase –antes que nadie− sobre la largada y así obtener una pequeña ventaja. Pero este “zorro”, tenía cerca a otra persona muy inteligente, con el mismo compromiso que él, y fue así que “Lole” advirtió el arreglo entre el largador y el austríaco, y largó mejor. Lauda nunca pudo recuperarse de ello, y fue así que Carlos ganó su primera carrera en Fórmula 1.

Después de triunfar en Nürburgring 75’, mismo circuito donde Juan Manuel Fangio tuvo su épica victoria en 1957 y donde los Torino hicieron historia, Carlos tuvo que lidiar al año siguiente con el pesado e ineficiente 12 cilindros del Alfa-Romeo.

Pero antes de terminar la temporada, “Lole” aceptó la propuesta de Ferrari y dejó Brabham antes de terminar la temporada de 1976. La relación con la Casa de Maranello duró dos años, con muchos altibajos, pero el clímax del vínculo rojo de Carlos fue el GP de Inglaterra 78’, donde con una maniobra magistral, derrotó a Niki Lauda.

Su arribo a Lotus, equipo campeón del mundo de la temporada anterior, despertó ilusión y esperanza. El bólido inglés, dotado con el revolucionario efecto suelo, fue imbatible durante el 78’, pero la obstinación del genio Colin Chapman en mantener ese concepto de vehículo, cuando los demás evolucionaban y evolucionaban, terminó en fiasco. “Lole”, según sus propias palabras, invirtió todo el dinero que había ganado como piloto profesional para romper el contrato con Lotus y emigrar a Williams.

Y fue la decisión correcta. Ganó en Mónaco 80’ por más de 1 minuto y aún zumban en nuestros oídos el llanto desolado del periodista Héctor Acosta, tratando −en vano− de continuar el relato. Repitió en Brasil, bajo la lluvia, desoyendo las órdenes de equipo y los carteles que “JONES-REUT” que obligaban a Carlos dejar pasar a su team mate Alan Jones, para cerrar con su victoria más triste en Zolder, Bélgica.

Y llegamos a la última competencia de la temporada de 1981. ¿Es necesario hablar de eso? ¿De Las Vegas? Sí, no sólo porque la carrera y el legado de un deportista es un promedio de entre triunfos y derrotas, sino especialmente, porque habla de su caballerosidad deportiva.

“Lole” llegó a la definición como líder del campeonato, y su pole possittion permitía presagiar un buen resultado. Encima, su rival directo, Nelson Piquet, estaba engripado y muy débil. Pero la realidad fue otra. El Williams no fue lo contundente que había sido en la primera parte del campeonato, con el transcurrir de los giros, se esfumaban las chances del título.

Pero hubo un hecho que demuestra calidad de deportista que fue “Lole”. Con la luz verde, Alan Jones captura la punta, seguido por Gilles Villeneuve y Alain Prost. A partir de allí, Carlos empieza a retener el avance de Nelson Piquet, hasta que en la vuelta 17, el carioca lo supera.

Muchos se preguntaron, e incluso se ofuscaron, por qué “Lole” no había eliminado a Nelson. Después de todo, si lo sacaba de carrera, si provocaba un accidente, aún cuando termine en abandono para los dos, Reutemann sería campeón. Además, si lo hicieron Prost, Senna, Schumacher y muchos otros, ¿quién le iba a decir algo?.

Y es aquí donde se habla caballerosidad deportiva. Es que en un deporte de neto corte individualista como el automovilismo, la naturaleza intrínseca de la disciplina y el permanente afán de obtener la victoria se sobreponen a cualquier otro interés, por sobre cualquier otro competidor, por sobre cualquier otra persona. Pero “Lole” se mantuvo fiel a sus principios, a su filosofía, a su estilo de vida.

Su retiro en 1982 sólo permite cristalizar sus números: 147 carreras disputadas; 4 equipos; 12 victorias; 45 podios; 6 poles possitions. 6 vueltas rápidas. Pero las estadísticas no reflejan la grandeza de Carlos. Los domingos a la mañana fueron suyos por casi 10 años.

Todavía lloramos de emoción cuando “Lole” giró con una Ferrari V12 en el Autódromo de Buenos Aires allá por 1995, cuando la Fórmula 1 volvió a nuestro país. Antes de tomar con la mano la bandera argentina para pasearla por el autódromo, esa que tiene los mismos colores que su casco, Carlos anduvo rápido, muy rápido. Incluso después de 13 años inactivo, con 52 en sus espaldas, con un auto que conoció ese día, sus tiempos lo hubieran ubicado en el Top 10 de la clasificación.

Este miércoles dejó este mundo el último representante argentino en la Fórmula 1, el único realmente capaz de emular las hazañas de Juan Manuel Fangio.

Descansa en paz “Lole”.

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